miércoles, 29 de enero de 2014

GAUGAMELA

En el año 334 a.c. Alejandro Magno atraviesa el Bósforo para adentrarse en la Persia de Darío. Venció a éste en las batallas del río Gránico e Isos, para después darse un paseo conquistando toda la parte costera Asia hasta Egipto, donde fundó la ciudad de Alejandría. Alejandro se tomó su tiempo para que Darío se rehiciese sabiendo que la batalla decisiva estaba por llegar. Los dos sabían que esa batalla sería la definitiva, la que permitiría, o no, a Alejandro hacerse dueño de toda Asia hasta el Hindukus. Todo el mundo conocido hasta esa fecha.
Darío había preparado la batalla minuciosamente: eligió el sitio en una explanada que se preocupó en allanar para que nada dificultase la maniobrabilidad de sus tropas, sobre todo de los temible carros falcados, ocupó los sitios más favorables, sembró el terreno de trampas, para dificultar las maniobras de la caballería. Pero sobre todo disponía de una cantidad ingente de efectivos muy superiores a las de Alejandro.
Viendo aquel panorama, Parmenión, el general más veterano y más prestigioso de Alejandro, que ya había servido a las órdenes de su padre Filipo de Macedonia, le indicó la conveniencia de atacar por la noche, cuando es más difícil coordinarse y el número de tropas tiene menos incidencia en el resultado de la batalla. Alejandro rechazó aquella idea diciendo: “lo que me proponéis es una artimaña cuyo único objetivo es no dar la cara”… estoy decidido a atacar a plena luz del día, pues prefiero lamentarme de mi mala estrella antes de avergonzarme de mi victoria”. Alejandro sabía que conquistar toda Asía suponía dejar claro a todo el mundo la derrota sin paliativos del Darío.
A lo largo de la historia hay muchos ejemplos de hombre que prefirieron dar la batalla antes de entregarse a componendas. Hay ocasiones en que las batallas se tienen que dar, además se tienen que  dar abiertamente, para que todo el mundo sepa quién tiene la autoridad. La Auctoritas. Por decirlo en lenguaje llano: la gente debe saber quién manda. Cuando no se sabe quién manda, puede mandar cualquiera.
Valga este largo prólogo, en parte consecuencia de mi devoción por Alejandro Magno, para introducirnos en las últimos acontecimientos, vividos en nuestro país, como consecuencia de los desvaríos ideológico-político-administrativos de nuestro gobierno, La sensación de improvisación, de falta de criterio, de endeblez ideológica, de ausencia de espíritu de servicio, la obsesión por la autoprotección de los titulares de las instituciones, están produciendo no solo la rechifla general, si no lo que es más grave, el desarme moral de todo un pueblo.
Episodios como, la salida masiva de presos. Las concentraciones de asesinos, a los que solo se les enfrenta un periodista, salvando de paso la dignidad de toda una Nación. El vodevil de la subasta de la luz, donde no sabemos si nos engañaron aquel día o lo vienen haciendo desde hace años. La filtración a la prensa de la operación contra ETA. Los acontecimientos de Gamonal, donde cuatro de extrema izquierda, rompen por la fuerza la voluntad de todo un pueblo. Las becas ERASMUS de los niños de papá. La externalización de la Sanidad Madrileña. Los bandazos con la imputación de la Infanta. Son claros ejemplos de un gobierno sin rumbo, sin criterio; y lo que es peor: sin intención alguna de ejercer la autoridad que todos le dimos, y que estamos deseando que ejerza.
A un gobierno podemos perdonarle que se equivoque al tomar decisiones, lo que no se le puede perdonar es que los estragos vengan por no tomarlas, por subvencionar a los que amenazan, por ceder con tal de no enfangarse. En definitiva por no dar la cara con tal de ganar tiempo hacia no se sabe dónde. No se puede gobernar desde el parapeto, desde la distancia, desde la falta de compromiso, sin la asunción de los riesgos inherentes al cargo. No se puede gobernar, como las ruedas de prensa,  a través del plasma.





domingo, 5 de enero de 2014

LAS CRUZADAS

Cuando uno desde la distancia, en este caso obligada para tener un mínimo de perspectiva, oye y escucha a diario, las manifestaciones de los nacionalistas catalanes con su presidente a la cabeza, no tiene por menos de asombrase del desconocimiento de la Historia que tienen en esa comunidad.
¿Cómo es posible que un pueblo moderno, y en teoría culto, no se dé cuenta de la manipulación al que le tienen sometido, la caterva de dirigentes cuyo único denominador común y única  habilidad demostrada, es la de enriquecerse en el ejercicio de poder?
¿Cómo no son capaces de ver que son el único pueblo de España que no echa la culpa de sus problemas a los demás, en vez de pedir responsabilidades a los suyos?
¿Cómo no son capaces de responder ante las injusticias, que en aras a su nacionalismo, se ven sometidos un sinnúmero de conciudadanos?
¿Cómo no son capaces de valorar la santa paciencia de la que está haciendo gala el pueblo español ante la sinrazón, los despropósitos, y hasta la chulería de la que hacen ostentación sus voceros.
Es curioso comprobar como los sentimientos más profundos del ser humano son los que producen las mayores catástrofes. Los sentimientos religiosos, por ejemplo han sido, y siguen siendo fuente de calamidades sin cuento: El “Dios lo quiere” de las cruzadas, el “Alá es grande” de la Yihad. Han sido a lo largo de la historia el soniquete que todo lo justificaba.
Muertes, violaciones, pueblos enteros masacrados, calamidades en nombre de doctrinas que sobre el “papel”  solo hablan de concordia, respeto, amor,  misericordia. Doctrinas con cientos de testimonios de sacrificio, entrega, y amor al prójimo. Pero, qué contar de las barbaridades que en su nombre se han perpetrado.
 La Iglesia Católica, por poner un ejemplo cercano y más conocido, que con el pretexto de perseguir herejes no hizo otra cosa que consolidar el poder de nobles y reyes. O los luteranos que a la vez que se veían perseguidos por los católicos del Duque de Alba, andaban machacando  los anabaptistas, los primeros comunistas de la historia, que se les fueron de las manos; y estos últimos matando a diestro y siniestro, a todos los que no seguían su doctrina. Todavía resuena en el mundo árabe la masacre que se produjo en Jerusalén después de su conquista por Godofredo de Gullón en la Primera Cruzada, mataron a musulmanes, judíos y a los cristianos allí residentes. Claro eran colaboracionistas. Para qué seguir con lo que es de sobra conocido.
En el siglo XX, la religión fue dando paso a las ideologías; lo que no dejaba de ser para muchos una nueva religión. En su nombre una vez más se cometieron de nuevo toda clase de violaciones e injusticias. Nunca en la historia de nuestro mundo, y en tan corto espacio de tiempo,  se amontonó tanta muerte y tanta destrucción, como la que se hizo en aras del fascismo y el comunismo. Las nuevas religiones fueron la peste de nuestro tiempo. Sobre el “papel”, el nacionalsocialismo y el comunismo tampoco dejaban entrever que pudieran ser germen de tanta barbarie.
Algo parecido ocurre con los sentimientos de pertenencia. Los nacionalismos, ese sentimiento íntimo de amor a lo tuyo a los tuyos a lo que te rodea, a tu cultura, a tus raíces, a tus antepasados, a tu tierra. Sentimiento entre bucólico, poético, siempre mítico, que te identifica como persona, que no te obliga a preguntarte quien eres, que eres, como eres, no sea que te lleves una sorpresa. Eres de la tribu, de tu tribu, no tienes que preguntarte nada más. Hacerse preguntas sobre uno mismo siempre es embarazoso, y más  si las respuestas  las sospechas en tu fuero interno, porque tonto no eres.
No tienes necesidad de ser justo con todos, solo con los tuyos. Ni solidario, solo con los tuyos. Ni respetuoso, si no es con los tuyos. Solo tienes obligaciones contigo mismo. Solo tienes que responder ante ti y los tuyos. Has hecho un monumento a la primera persona del pronombre: yo, mí, me, conmigo.
Igual que los fascistas, comunistas o los cruzados, todo te está permitido: “Dios lo quiere”. La pertenencia a la tribu te justifica.