martes, 21 de febrero de 2012

MARIANO RAJOY

Después de haber digerido unos pocos cientos, si no miles, de discursos, es difícil escuchar algo que te emocione, que te llegue un poco más adentro de esa cadena de huesecillos que convierten los sonidos en señales cerebrales, y mucho más difícil que dejen rastro en el inmanente de uno mismo. No estoy hablando de soflamas, ni de llamadas más o menos certeras al sentimiento, ni siquiera a los ideales. Estoy hablando de esas palabras que cuando las escuchas, te ves en ellas, te sientes con ellas, y además, piensas que tú mismo no podrías haber traducido de mejor manera tus pensamientos. Estoy hablando de esas palabras que cuando las escuchas dejas el “yo” aparcado para sentir que formas parte de un proyecto de todos, y que además merece la pena. Estoy hablando de esas palabras que cuando las escuchas la persona que las dice empieza a crecer delante de ti hasta convertirse en un gigante. Eso le pasó a Mariano Rajoy el domingo en el discurso de clausura del Congreso. Todos los clichés que se le suelen adjudicar cayeron hechos añicos para que apareciera el verdadero hombre de estado.

El que va de “gallego” por la vida, el registrador de la propiedad, el de la retranca, el hombre sin empatía, sublimó en un discurso, su verdadera dimensión. Dimensión que no es producto de la fortuna de un día, muy al contrario, es producto del trabajo de muchos años.

Siempre pensé que nadie nace sabiendo, que todo en la vida se aprende, que algunos pueden aprender un poco más deprisa, pero poco más. Mariano ha ocupado todos y cada uno de los puestos posibles dentro de la actividad política, ya sea local, provincial, regional o nacional, ministro en varias ocasiones, siéndolo de Cultura, incluso asistió a una entrega de premios Goya, con lo que tiene de mérito, siendo del PP. Dentro del Partido, lo ha sido todo, yo la conocí en el 93, detrás de un enorme puro, como Secretario de Organización. Es difícil, por tanto, encontrar una persona con mayor preparación para asumir la responsabilidad política que supone la Presidencia del Gobierno.

Esa preparación, esos años de brega, de aciertos y fracasos, esas lucha de pueblo en pueblo haciendo partido resolviendo, o no, conflictos, eclosionaron ayer en un discurso. Ayer Mariano fue menos “gallego” que nadie, menos “registrador” que nadie, ayer Mariano se abrió en canal para sacar lo mejor del hombre que hizo de la constancia su principal virtud.

Él, a diferencia de Zapatero, y de otros a los que les dieron todo hecho, sabe lo que cuesta llegar, lo que cuesta mantenerse y lo fácil que puede llegar a ser perderlo todo si no se tiene la humildad suficiente para reconocer que los humanos nos equivocamos mucho, que lo importante es reconocer los errores y rectificar a tiempo.

Ayer Mariano Rajoy dio un salto de gigante, no solo por su magnífico discurso, sino porque encontró la manera de llegar a la gente. Gente que está harta de las frases hechas, los lugares comunes, y los estribillos ocurrentes, que en esos momentos algunos gritaban en la calle. Gente que necesitaba un Presidente que cara a cara, sin intermediarios, le dijera lo bueno y lo malo que les tuviera que decir, que se lo dijera desde la humildad de que puede equivocarse, pero desde el convencimiento de que estar haciendo lo que España necesita.

¡¡Por fin un presidente que nos trata como adultos!!

jueves, 16 de febrero de 2012

REFORMA LABORAL


De las reformas puestas en marcha por el actual gobierno del PP, siendo todas importantes, la más mediática es la Reforma Laboral. Posiblemente no sea la más importante, ni la que afecte, realmente, a mayor número de personas, ni siquiera, la que más afecte a nuestros bolsillos. Pero es la única que mete la incertidumbre en el cuerpo de la gente. De ahí su tirón mediático: el afán de todos por saber en que puede afectar a nuestro futuro.

Tengo la sensación de que la reforma laboral tiene menos calado del que aparenta. Muchas de las cuestiones que plantea, ya se estaban consiguiendo por otras vías, bien sea por las de la negociación, acuerdo entre las partes, o por los siempre tozudos hechos consumados. Creo que se ha querido aparentar más de lo que, en sustancia, contempla la ley. Sin embargo esta ley tiene un grave inconveniente: es la única oportunidad que tiene la izquierda para coger fuelle después del batacazo electoral.

Las primeras asambleas de los sindicatos nos han dado la clave: “ellos tienen el poder, nosotros la calle” clara indicación de por donde van a ir los tiros.

La ventaja que tienen en esta ocasión es que los parados no se van a movilizar a favor de una ley que, por si misma, no está nada claro los vaya a beneficiar. Sin embargo, sí puede ser motivo de movilización para los 18 millones de trabajadores que creen tener hoy un puesto de trabajo menos seguro que el que tenían ayer. Y aunque no sea exactamente así, eso es lo que pueden llegar a pensar la inmensa mayoría.

Por otra parte los sindicatos tienen que esforzarse más allá de cualquier límite, porque lo que si hace la ley es limitar drásticamente su poder. Se dan por tanto todas las condiciones para una batalla muy dura, y muy larga.

En este estado de cosas, el Gobierno debería establecer una estrategia de información y comunicación muy precisa, que dé réplica a las falacias de la izquierda punto por punto, y en todo momento. Para ello debe poner en marcha desde el Gobierno y desde el Partido una campaña de información para no dejarles expedita “la calle”. Una campaña mediática que desenmascare las intenciones de la izquierda.

El comienzo no ha podido ser mas desastroso. Solo con ver la reunión de la ministra de Trabajo con los sindicatos y los empresarios me hice una idea de lo poco estudiado que tenemos el asunto: la ministra con cara de pánico, los sindicatos con cara de mala leche y los empresarios echándose unas risas dando a entender lo bien que les iba el asunto; risas, que después remataron con unas declaraciones que no tenían desperdicio: “hemos conseguido el 90% de lo que pretendíamos”... a confesión de parte. Por si fuera poco una ministra con serias dificultades de comunicación.

Esta será una batalla mediática, y alguien en el Gobierno se debería ocupar de ella. No es solo un problema del ministerio de Trabajo, ni de su ministra; es el Gobierno, en su conjunto, el que se juega su credibilidad. Acordaros del Prestige.

Hoy, según una encuesta de urgencia en una emisora de televisión, más del 70% de los españoles son partidarios de la Reforma Laboral. No podemos dejar que dentro de unos meses nos la den la vuelta.