lunes, 25 de marzo de 2013

CAMISAS PARDAS


El pasado viernes por la noche vi en la tele como unos energúmenos increpaban a Marcial Marín,  Consejero de Educación de la Junta de comunidades de Castilla la Mancha. Desde aquí le mando un abrazo. Me sorprendió que en un programa de una cadena de ámbito nacional –la Sexta- fuese noticia un Consejero de la Junta. Mi sorpresa terminó cuando conocí el contenido del mismo: iban a hablar sobre el acoso que están sufriendo los políticos del PP por parte de los afectados por desahucios, preferentes y otros.
En el programa aparecieron toda una serie de grabaciones en las que aparecían nuestros compañeros, objeto de todo tipo de insultos, amenazas, y vejaciones. Imágenes durísimas, que ni siquiera los muchos años de experiencias en política me permitían digerir. Imágenes que te traen a la cabeza las palabras del Duque de Zalamea: “al Rey la hacienda y la vida se ha de dar pero el Honor es patrimonio del Alma  y el Alma solo es de Dios”
Al día siguiente, sábado, barruntando los largos días de vacaciones, empecé a leer el último libro de la trilogía de Ken Follett: “El Invierno del Mundo”. Las primeras páginas relataban los sucesos ocurridos en Alemania en el año 1933, que fue el año de la quema del Reichstag y de la ocupación del poder por parte de Adolf Hitler.
En aquella ocasión los “camisas pardas” se dedicaron, con la inacción cómplice de la policía y las instituciones de le efímera República de Weimar, a quitar del medio a todos sus enemigos políticos, de cara a las  elecciones generales que se tenían que celebrar en los próximos meses. Se quemaron periódicos críticos con los nazis, se encarcelaron decenas de miles de comunistas, o se dieron palizas a cualquier persona hostil con el nuevo orden.
Pero a pesar de todos esos esfuerzos, el partido nazi no obtuvo mayoría absoluta como ellos pensaban: obtuvieron un cuarenta por ciento de los miembros de la cámara. Insuficientes para gobernar a su antojo. Para resolver ese pequeño inconveniente, Hitler decidió en la primera sesión del parlamento presentar la ley de Habilitación, que como su propio nombre indica habilitaba al gobierno para, vía decretos, gobernar a su gusto sin contar con el parlamento. Hacía falta una mayoría cualificada que Hitler no tenía, pero a base de trampas: no computando a los diputados comunistas que metió en la cárcel. Amenazas de persecución a los católicos del partido de Centro, y chantajes al resto consiguió la mayoría de dos tercios exigidos por la legislación vigente en ese momento. Un  Reichstag recién salido de las urnas, tomado hasta el último de sus rincones por los “camisas pardas”,  se hizo el haraquiri.
Según avanzaba en la lectura de esas páginas empecé a ver el paralelismo entre ambos sucesos. Los sucesos del Congreso, cuando estos energúmenos no pudieron controlar su frustración por la admisión a trámite de la Ley que ellos mismo proponían. Lo que indica  a las claras que a estos poco le importan los desahucios. El acoso a los diputados y  a sus familias por parte de grupos organizados. La falta de respeto al cumplimiento de la Ley. La pasividad de las fuerzas del orden y de las instituciones a esta coacción al poder legislativo. Y sobre todo la chulería con que estos señores se manifiestan, fruto indudable de la impunidad con la que se sienten.
Oyendo relatar a Esteban González Pons lo ocurrido en su casa, se vinieron a mi mente los fantasmas de otro hecho ocurrido por aquellos años en España, la visita de otros energúmenos a la casa del jefe de la oposición. José Calvo Sotelo, se llamaba.
Siempre he defendido la teoría de que la izquierda ocupa el poder por las buenas o por las malas. Cuando gobiernan los suyos se reparten el Estado hasta la ruina. Cuando mandan los demás se procura que les dure lo menos posible. Con este objetivo todo vale: preferentes, desahucios, onceemes, y veintitresefes.
¿Por cierto, como es posible que estos personajes aparentemente sin recursos, localicen con cámara de televisión incluida, a un consejero de Castilla la Mancha de paso por la estación de Atocha para montarle el número? Lo dicho, pura mafia.

jueves, 7 de marzo de 2013

CLASE MEDIA

A veces la conjunción en el tiempo de diversos acontecimientos de poca importancia puede ser la señal premonitoria de otro de mayor calado. En estos días, por distintas causas, tuve conocimiento de que un camarero suele cobrar poco más de seiscientos euros trabajando a jornada completa; a un amigo que trabaja en una empresa de logística, después de dos años de congelación salarial le bajan el sueldo un 5%; un joven de la pandilla de mis hijos, ingeniero de telecomunicaciones, trabajando en una empresa de campanillas, se despide porque solo le pagan 1500 €, y se pasa el día dando saltos de un país a otro. A una sobrina licenciada en Derecho, master en Derecho Tributario, titulada en inglés y alemán, la pagan 1200€ trabajando sin horas en un despacho de esos con nombre de fábrica de detergentes. También se habla de la liberalización de las farmacias, por cierto, justo después de que la Administración las descapitalizara, no sé si para ponérselo fácil a las grandes cadenas que están locas por entrar el negocio.
 Por otra parte el Gobierno se plantea el reto de adelgazar la Administración, y alrededores. Claro, no es lógico que ciudadanos que desde el camarero al ingeniero de teleco, ganan entre 600 y 1500€, estén financiando un estado en el que sus funcionarios gana salarios entre 2000 y 6000 €, y algunos más incluso. O los 36000€ al año que de media gana un trabajador del metro de Madrid, empresa deficitaria en 800 millones de euros al año.
 Como no se sostendrá por mucho tiempo que cada dos trabajadores con los niveles salariales anteriormente enunciados, puedan mantener un jubilado con una pensión por encima de los salarios que ellos mismos están cobrando.
 Son demasiadas cosas que no cuadran, para que esto pueda funcionar mucho tiempo más sin que pase nada. La noticia que leo hoy de que la masa salarial pública aumentó en 2012 un 3,5% y la privada bajo un 11,5% no se podrá mantener ni un día más por muchas huelgas que hagan los de la Sanidad Pública, los de Telemadrid, los del Metro, o los de Iberia. Los ciudadanos no pueden mantenerse en la indigencia para que determinados grupos mantengan sus privilegios, o niveles retributivos en total desacuerdo con la realidad de la calle.
 La conclusión es que la crisis nos está llevando a la destrucción sistemática de la clase media, y la clase media era la que enriquecía al país y la que dotaba de recursos al Gobierno para mantener las políticas sociales. Su desaparición traerá como consecuencia el ineludible empobrecimiento del Estado, y la formación de dos grupos sociales muy diferenciados: la de los menesterosos asalariados y la de los próceres y acaudalados. En ambos casos dos grupos de escasa tributación: los unos porque no tienen y los otros porque no pagan. En todo caso miseria y escasez. Nos espera por tanto una sociedad muy parecida a la de China: los jerarcas de la industria, las finanzas o la política; y los currantes menesterosos atontados con la ipad. Aquí en España los empresarios de las grandes corporaciones, los políticos a sus órdenes, y los medios de comunicación y jueces como sus guardias de corp, y el pueblo llano currando y contándose sus penas por el wasap. Y es que la inmanencia en lo tecnológico parece que desdramatiza la mediocridad en la que vivimos.
 Pero la consecuencia más grave de la desaparición de la clase media, no estará solamente en los aspectos económicos o tributarios. La clase media además de alimentar al Estado, es el motor de toda actividad productiva. Aquellos que están dispuestos a cualquier esfuerzo y sacrificio para labrarse un porvenir, mejorando su nivel de vida, son los que hacen que la sociedad avance y prospere. Por el contrario si esa voluntad solo va a servir para llegar a lo sumo a los 2000€, porque si tienes la suerte de ganar algo más se lo llevará Hacienda, que nadie espere que ese esfuerzo dinamizador se produzca. 
 Tampoco hay que dejar de lado otro aspecto benefactor de la clase media, y este afecta a nuestros políticos: La clase media es el mayor y mejor catalizador político existente. La clase media es la única clase interesada en que los cambios políticos se produzcan razonablemente sin saltos en el vacío. Esta gente medita su voto analiza los pros y los contras de votar a una determinada formación política.
 Esa clase no puede correr riesgos. Los menesterosos no tienen nada que perder, cualquier aventura será mejor que seguir como están. A los poderosos les da lo mismo, siempre les va bien; a ellos siempre les quedará Suiza. Solo la clase media se la juega a la hora de decidir el futuro político de la sociedad a la que pertenecen. Porque viven de ella y con ella. No tienen escapatoria. Por eso son prudentes. Pero si conseguimos que esa clase se vaya desvaneciendo, la deriva aventurera consustancial con las clases más desfavorecidas hará acto de presencia en sus decisiones. Los “grillos” le van a quitar el sueño a más de uno.