Vivía en Segovia, era finales del 67 y estaba preparando la maleta para irme a Madrid para comenzar los estudios de Matemáticas en la Complutense, se me acercó mi padre y me extendió un libro en rústica, más que libro, folleto y me dijo que lo leyera y que después de leerlo se lo devolviese. Aquel libro se titulaba “Manual del Guerrillero Urbano” de un brasileño de apellido Dosnascimento, tengo que aclarar que mi padre era teniente de la Guardia Civil, leí de una sentada un manual de como se preparaban cocteles Molotov, de de como se luchaba contra las fuerzas del orden, de todo tipo de estrategias de agitación, o de como se manejaba una asamblea. Cuando, una vez leído se lo entregué de nuevo, solo me dijo una cosa: “Obra en consecuencia”. Nunca le agradecí a mi padre lo suficiente aquella muestra de confianza, rara en un Guardia Civil que ejercía el oficio hasta en su casa, pues a lo largo de los años que siguieron, siempre supe cuando una movilización era consecuencia de una necesidad real y cuando era un montaje interesado de aquella izquierda revolucionaria de finales de los sesenta. A lo largo de aquellos años fui testigo de la agitación estudiantil que tuvo su punto álgido en la entrada de la policía, por primera vez en la Historia, en la Universidad, era el año 68 y yo estaba en clase de Problemas de Algebra, en un aula pared con pared del S.D.E.U.M., el sindicato desde el que se movía toda la actividad política, al menos en la facultad de Ciencias. Tengo que decir, en honor a la verdad, que solo la actitud de algunos catedráticos muy del régimen como era el caso de D. Pedro Avellanas, nos libró de que la policía descargara sobre nosotros la rabia contenida durante años de aguantar las agresiones que se producían desde los edificios a ,los que no podían tener acceso.
Entre cierres de la Universidad y estados de excepción unos amigos nos juntamos para preparar oposiciones a lo que fuese y elegimos la Telefónica, en la que entré en el año 70. Tengo que decir que los ambientes de izquierda que había dejado en la facultad se reprodujeron en el ambiente laboral en el que entré, bien es verdad que mucho más ajustados a la realidad de las cosas. Vinieron las huelgas, las militarizaciones en la empresa, las asambleas de trabajadores, donde se discutía de lo humano y lo divino y se leía una revista que hablando sobre todo de economía, entre líneas nos orientaba de por donde podían ir las cosas, me estoy refiriendo a Cambio 16. Todavía recuerdo con qué interés esperaba su salida y aún recuerdo el primer número, con una barra de hielo en la portada. Vinieron las primeras elecciones sindicales, en las que barrieron, al menos en mi empresa, los sindicatos de extrema izquierda, S.U. y C.E.S.U.T., había que pasar el sarampión. En aquella ocasión ante la falta de candidatos, un amigo de la U.G.T., me pidió que me presentara por este sindicato, cosa que hice, por echar una mano a los sindicatos más moderados, ¿donde estaban los socialistas de toda la vida, tan abundantes en la actualidad?
A aquellos años apasionantes les siguieron los de la instauración democrática, no menos apasionantes, la actividad política estaba presente a cada paso que dabas, pero sobre todo sobresalía las buenas intenciones de todo el mundo, se respetaba al contrario y se intentaba sumar antes que restar, unir antes que separar. En aquellos tiempos la izquierda podría convencer, o no, pero al menos era un referente ético, el centro era el refugio del miedo a esa izquierda revolucionaria de los primeros años y a un PSOE bisoño y en muchos casos inexistente, la derecha simplemente no existía. En todo caso fueron años en términos generales de honradez política, y de lucha leal y democrática por las ideas. ¡Fueron años apasionantes!
Posteriormente vino el triunfo del PSOE, y ya se les empezó a “ver la patita”, recuerdo, en mi empresa, la ocupación sistemática del poder. Cambiaron una estructura plana, muy a la americana, por una piramidal con la multiplicación exponencial de los puestos a dedo, muy bien remunerados, que fueron sistemáticamente ocupados, por los “socialistas” que empezaron a aparecer como champiñones. También se dio otro fenómeno, a todos los de izquierdas les entró la ciencia infusa, todos empezaron a aprobar oposiciones de promoción interna, muy frecuentes en Telefónica, que hasta esa fecha no habían sido capaces de aprobar, esto coincidió con la “democratización” de los tribunales de oposición, y la consiguiente entrada de los sindicatos en los mismos. Tuve conocimiento de reuniones donde se repartían los exámenes y se ponían de acuerdo en las preguntas que tenían que fallar cada uno, para que no cantase demasiado. Lo que sí era público y notorio eran las listas de aprobados en las que todos los opositores aparecían afiliados a un sindicato u otro. Aquellos “luchadores” cuando tuvieron su primera oportunidad tiraron por la borda sus principios, para atender sus intereses personales. Pero lo que más me sorprendía era su actitud moral. ¡Estaban convencidos de tener ese derecho por la simple razón de ser de izquierdas!
Me he extendido en el ejemplo anterior porque ha sido la constante de la izquierda a lo largo de estos años. Su primer objetivo y a veces el único, es vivir a costa del Estado lo mejor posible. De esa manera consiguen dos objetivos: Asegurarse el sustento de por vida, y en segundo lugar, ocupar todos los estamentos del Estado para apoyar los intereses de su partido, incluso cuando están en la oposición. El obrerismo solo fue un disfraz circunstancial hasta que tuvieron la oportunidad de zafarse de esa condición, y su supuesta solidaridad la coartada con la que enmascarar un sectarismo orientado a sus exclusivos intereses. Hoy la izquierda, inexistente ideológicamente, es un disfraz que, como en carnaval, permite a los que le visten manifestar todas sus miserias, sin que nadie se las pueda echar en cara.
La evolución de la derecha no ha sido menos curiosa, como decía, inexistente al principio, empezó a coger fuerza, con la caída de la UCD. Desde el principio ha arrastrado el lastre de creerse el discurso que la izquierda hacía sobre ella, de tal manera que ha pasado más tiempo intentando zafarse de ese discurso que desarrollando sus políticas, que cuando ha tenido la posibilidad de desarrollarlas, han demostrado ser más eficaces de cara a los intereses de los trabajadores que la verborrea socialista.
La derecha no ha tenido la presencia de ánimo de llamar sin complejos a las cosas por su nombre, de defender un discurso que está homologado en toda Europa, no ha sabido desenmascarar a una izquierda heredera de las barbaridades más grandes cometidas contra las personas por regímenes que, a lo largo y ancho del mundo, masacraron a millones de seres humanos en base a no se sabe que ideas. No he visto a ningún señor de izquierdas pedir perdón por los crímenes de Stalin, Mao, Pol Pot, Chauchescu, o por la revolución de Asturias. Sin embargo parece que la derecha tiene que pedir perdón por lo que hizo una Dictadura en la que convivimos los que hoy somos tanto de derechas como de izquierda, con el mismo nivel de connivencia, o de aceptación de lo que era un hecho consumado. El esperpento llega a tal nivel que en Castilla la Mancha un presidente socialista de la comunidad se permite en un libro hagiográfico presumir del carné de la Falange de su padre. Espero que en aplicación de la ley de la Memoria Histórica, el mencionado libro sea retirado de todas la bibliotecas de la Región.
Pero no ha sido solo ese el error cometido, la derecha no ha sabido encontrar una estrategia de lucha contra una maquinaria de intereses perfectamente estructurada como es el PSOE. El problema es que el PP no ha sabido articular una organización lo suficientemente fuerte para enfrentarse a una empresa que funciona con criterios de eficacia, sin escrúpulos y sin complejos. No ha sabido aprovechar las cuotas de poder de las que ha dispuesto para consolidarse como organización. Los políticos del PP son del partido hasta que llegan al poder, entonces se dedican a administrar los interese generales olvidándose de los que les llevaron a ese sitio. Nadie se ocupó en los gobiernos de Aznar de consolidar una organización que pasó a ser un mero pretexto a la que los miembros del Gobierno solo se acercaban para cubrir el expediente. No se ocupó el poder por los fieles que apoyaron al PP a lo largo de los años de desierto, se dejó en manos de meritorios de última hora que a la primera de cambio salieron corriendo. Era patético ver, cuando las manifestaciones por la guerra en Irak, a todos estos escondidos debajo de la mesa camilla, y como pasado el tiempo los que dieron la cara han sido laminados. Bonita manera de agradecer los servicios prestados.
Una organización seria no puede repudiar a los que lo dieron todo por ella, así no se puede adquirir la credibilidad necesaria para que los ciudadanos depositen en ti su confianza. Hoy y siempre, la venta de cualquier producto se basa en la confianza y no se puede vender una organización política que no merece la confianza de los que han demostrado mayor fidelidad.
Pero, por si eso fuera poco, en los últimos tiempos la derecha está cometiendo un error sin precedentes. Merced a ese complejo anteriormente enunciado, en la actualidad está abandonando los postulados que la han definido históricamente y ha tomado una actitud que tiene su precedente histórico en la CEDA, que no se atrevió a gobernar después de ganar unas elecciones. La variante actual es que da la impresión de que ni siquiera queremos ganar las elecciones. Somos compañeros de viaje de un gobierno que cada día vive más separado de los españoles. Hoy la prioridad no es tanto ganar como permanecer. Estamos perdiendo una oportunidad histórica. ¿Alguien se imagina, con lo que está cayendo, que ocurriría en España si gobernara el PP? El que tenga dudas que mire hacia Grecia.
El futuro en consecuencia se adivina, el electorado se encuentra cada día más lejos de la clase política, y solo se acerca a ella por interés. Los partido han dejado de ser referentes ideológicos, o éticos, y ya no mueven voluntades. El discurso de lo políticamente correcto lo invade todo, y cada día se parece más a las grabaciones de los números de “atención al cliente”.
El deterioro constitucional no es consecuencia de los errores que la Carta Magna pueda albergar en su seno, sino del deterioro ideológico y ético de la clase política, de la ausencia de ideas, o lo que es más grave de la falta del valor para ponerlas en práctica. Nadie quiere arriesgar para dar un paso adelante, todos van sobre seguro, aunque sea a costa del inmovilismo más exasperante. Aquí, demoscopia y tente tieso, control de la opinión pública vía pesebre, y nada de hablarle claro al pueblo, que lo mismo se entera.
Políticamente hablando, la sociedad actual no le llega ni al tobillo a la de hace treinta años. ¿Donde están los universitarios?.... jugando a la Play. ¿Y los sindicatos? .... en el “vertical”, comiendo la sopa boba a medias con los empresarios. ¿Y las organizaciones sociales?.... esperando la subvención. Y todos en cualquier momento dispuestos al aplauso fervoroso al Poder, aunque tengan que hacerlo tapándose las narices. Mientras tanto el pueblo ve como, de facto, se les recortan sus derechos, por más que se aprueben mil leyes que nunca se aplican, y como sus cauces de expresión han sido copados por los acólitos del poder que cercenan cualquier conato de discrepancia.
Me preocupa la falta de libertad, pero más aún la aparente conformidad de nuestro pueblo.
Está claro que estos últimos cuarenta años han dado mucho de sí pero nunca tuve la sensación de incertidumbre que tengo en la actualidad. ¿Porqué será?, quizá me esté haciendo viejo....aunque dice el refrán que del viejo el consejo.