Ya Hesiodo en el siglo VIII a.c. en su obra los Trabajos y los Días, hablaba de los reyes “devoradores de regalos” –dorophagoi-, haciendo referencia a sus sentencias poco rectas.
Es decir hace dos mil ochocientos años, en la Antigua Grecia, este escritor contemporáneo de Homero, ya denunciaba los regalos como una práctica poco recomendable.
Digo todo esto porque en los últimos tiempos, la clase política está siendo objeto de una campaña de censura con los regalos como telón de fondo. Se reprueban, como hacia Hesiodo, estas prácticas por entender que pueden ser origen de comportamientos interesados, o cuando menos de juicios poco objetivos.
Y no les falta razón, el problema está en la naturaleza un tanto diabólica del regalo. En el regalo pueden confluir dos cualidades contradictorias: Por una parte puede ser consecuencia de un agradecimiento sincero, o incluso de un reconocimiento también sincero que no busca otro objetivo que manifestarse por parte del que regala. Algunos son producto de la costumbre y se hacen sin más. Pero también puede tener como objetivo influir en la voluntad del político en orden a conseguir determinados objetivos que por lo general serán difusos y poco confesables.
En todo caso el político, de buena fe, se encuentra entre la tesitura de rechazar un presunto soborno, cosa que muchos harían sin mayor problema, o bien quedar como un antipático desagradable. Este es el dilema al que nos enfrentamos ¿Cuál es su solución?
La más fácil sería prohibir los regalos. Ya se prohibió a los médicos de la Seguridad Social recibir regalos de los laboratorios farmacéuticos. Otra solución sería prohibir los regalos por encima de un determinado valor. O que los regalos los recibieran las instituciones, no las personas. También podría decidirse que los regalos se declarasen en el registro de intereses que todos los diputados, alcaldes o concejales, tienen en sus respectivas instituciones. Otra solución sería que se publicaran en los Diarios Oficiales. Como se puede ver hay muchas maneras de poner coto a estas prácticas.
Las soluciones son muchas, si hubiese voluntad de hacerlo, pero no se hace porque el regalo es la “gabelita” que te hace salir de la mediocridad, que te hace disfrutar de ese bien que tú nunca podrías disfrutar aunque pudieses pagarlo. Porque tú no puedes comprar determinado reloj si previamente no compras otro para la señora, o no puedes tener determinado capricho si previamente no le compras la moto al niño que te viene dando la brasa desde que cumplió los dieciséis años, o no es lo mismo ir a Estambul si te lleva la agencia de viajes de la esquina que si lo haces invitado por CCM. Todo esto se configura como una suerte de remuneración en especie, irregular pero constante. Si fuera una cosa puntual no tendría mayor problema, la cuestión es que la cosa se ha desmadrado y ha dejado de ser una cuestión puntual para normalizarse hasta límites que sobrepasan, no ya lo razonable, sino lo moralmente aceptable, y en la que muchas empresas se ven obligadas a entrar si no quieren quedarse en la cuneta.
A tal punto llega el asunto, que si se pusiera coto a esta práctica, se daría lugar a una crisis muy seria en determinados sectores comerciales, sobre todo los de marcas exclusivas, que verían mermadas seriamente sus ventas. No digamos el sector de hostelería, viajes y demás acontecimientos folklóricos. Y por supuesto el que recibiría un palo sin precedentes sería el sector dedicado a las cestas de Navidad. Yo muchas veces me he preguntado: ¿Donde meterán tanta cesta? Porque hace falta mucho espacio para dar cabida a la inundación de presentes que algunos políticos reciben en esas fechas.
A tal extremo llega la desproporción que muchos de los regalos son puros intercambios, donde yo te regalo, a costa de la institución a la que pertenezco, en el convencimiento de que tú vas a hacer lo mismo desde la tuya. En este sentido es paradigmático el caso de las empresas públicas donde los gastos para estos menesteres, son para echarse las manos a la cabeza, cuando en estas empresas es donde menos se justifican, en la medida en que, por su naturaleza, tienen el amparo de la Administración. Sería interesante, por ejemplo, conocer los regalos que hacía CCM. Me consta que ha habido “puñaladas” para ocupar determinados puestos por la sola remuneración del viaje o el regalo, que solían prodigarse en esa entidad.
Incluso hay regalos obligados por las circunstancias, por ejemplo: Supongamos que un político se está haciendo una casa y compra los materiales o su equipamiento en empresas que a su vez tienen contratos o subvenciones de la institución que dirige el político. ¿Qué puede hacer ese empresario? Muy sencillo dárselo “arreglado de precio”, cuando no regalándoselo con aquello de “hombre faltaría más”. Vamos que lo de “la collares” con los joyeros, se repite a diario, en la actualidad.
Por todo ello no sé por qué el escándalo que se está armando por los regalos a los políticos, cuando todo el mundo está al cavo de la calle de esta cuestión. Si por algún sortilegio se les cayera al suelo todo lo que los políticos y altos funcionarios llevan puesto cuyo origen es el regalo, se llenaría el suelo de relojes, plumas, corbatas, maletines; algunos se quedarían en ropa interior. Lo peor es que a algunos se les caería la casa encima.
¡Qué poquito hemos cambiado en tres mil años!
Es decir hace dos mil ochocientos años, en la Antigua Grecia, este escritor contemporáneo de Homero, ya denunciaba los regalos como una práctica poco recomendable.
Digo todo esto porque en los últimos tiempos, la clase política está siendo objeto de una campaña de censura con los regalos como telón de fondo. Se reprueban, como hacia Hesiodo, estas prácticas por entender que pueden ser origen de comportamientos interesados, o cuando menos de juicios poco objetivos.
Y no les falta razón, el problema está en la naturaleza un tanto diabólica del regalo. En el regalo pueden confluir dos cualidades contradictorias: Por una parte puede ser consecuencia de un agradecimiento sincero, o incluso de un reconocimiento también sincero que no busca otro objetivo que manifestarse por parte del que regala. Algunos son producto de la costumbre y se hacen sin más. Pero también puede tener como objetivo influir en la voluntad del político en orden a conseguir determinados objetivos que por lo general serán difusos y poco confesables.
En todo caso el político, de buena fe, se encuentra entre la tesitura de rechazar un presunto soborno, cosa que muchos harían sin mayor problema, o bien quedar como un antipático desagradable. Este es el dilema al que nos enfrentamos ¿Cuál es su solución?
La más fácil sería prohibir los regalos. Ya se prohibió a los médicos de la Seguridad Social recibir regalos de los laboratorios farmacéuticos. Otra solución sería prohibir los regalos por encima de un determinado valor. O que los regalos los recibieran las instituciones, no las personas. También podría decidirse que los regalos se declarasen en el registro de intereses que todos los diputados, alcaldes o concejales, tienen en sus respectivas instituciones. Otra solución sería que se publicaran en los Diarios Oficiales. Como se puede ver hay muchas maneras de poner coto a estas prácticas.
Las soluciones son muchas, si hubiese voluntad de hacerlo, pero no se hace porque el regalo es la “gabelita” que te hace salir de la mediocridad, que te hace disfrutar de ese bien que tú nunca podrías disfrutar aunque pudieses pagarlo. Porque tú no puedes comprar determinado reloj si previamente no compras otro para la señora, o no puedes tener determinado capricho si previamente no le compras la moto al niño que te viene dando la brasa desde que cumplió los dieciséis años, o no es lo mismo ir a Estambul si te lleva la agencia de viajes de la esquina que si lo haces invitado por CCM. Todo esto se configura como una suerte de remuneración en especie, irregular pero constante. Si fuera una cosa puntual no tendría mayor problema, la cuestión es que la cosa se ha desmadrado y ha dejado de ser una cuestión puntual para normalizarse hasta límites que sobrepasan, no ya lo razonable, sino lo moralmente aceptable, y en la que muchas empresas se ven obligadas a entrar si no quieren quedarse en la cuneta.
A tal punto llega el asunto, que si se pusiera coto a esta práctica, se daría lugar a una crisis muy seria en determinados sectores comerciales, sobre todo los de marcas exclusivas, que verían mermadas seriamente sus ventas. No digamos el sector de hostelería, viajes y demás acontecimientos folklóricos. Y por supuesto el que recibiría un palo sin precedentes sería el sector dedicado a las cestas de Navidad. Yo muchas veces me he preguntado: ¿Donde meterán tanta cesta? Porque hace falta mucho espacio para dar cabida a la inundación de presentes que algunos políticos reciben en esas fechas.
A tal extremo llega la desproporción que muchos de los regalos son puros intercambios, donde yo te regalo, a costa de la institución a la que pertenezco, en el convencimiento de que tú vas a hacer lo mismo desde la tuya. En este sentido es paradigmático el caso de las empresas públicas donde los gastos para estos menesteres, son para echarse las manos a la cabeza, cuando en estas empresas es donde menos se justifican, en la medida en que, por su naturaleza, tienen el amparo de la Administración. Sería interesante, por ejemplo, conocer los regalos que hacía CCM. Me consta que ha habido “puñaladas” para ocupar determinados puestos por la sola remuneración del viaje o el regalo, que solían prodigarse en esa entidad.
Incluso hay regalos obligados por las circunstancias, por ejemplo: Supongamos que un político se está haciendo una casa y compra los materiales o su equipamiento en empresas que a su vez tienen contratos o subvenciones de la institución que dirige el político. ¿Qué puede hacer ese empresario? Muy sencillo dárselo “arreglado de precio”, cuando no regalándoselo con aquello de “hombre faltaría más”. Vamos que lo de “la collares” con los joyeros, se repite a diario, en la actualidad.
Por todo ello no sé por qué el escándalo que se está armando por los regalos a los políticos, cuando todo el mundo está al cavo de la calle de esta cuestión. Si por algún sortilegio se les cayera al suelo todo lo que los políticos y altos funcionarios llevan puesto cuyo origen es el regalo, se llenaría el suelo de relojes, plumas, corbatas, maletines; algunos se quedarían en ropa interior. Lo peor es que a algunos se les caería la casa encima.
¡Qué poquito hemos cambiado en tres mil años!
No hay comentarios:
Publicar un comentario