martes, 27 de julio de 2010

LA COMPETITIVIDAD

Hace unos días llegaba a Toledo por la N.403, la llamada carretera de Ávila, cuando me encontré con un atasco que me tuvo allí unos treinta y cinco minutos. En una zona lindante con el Instituto Geofísico en el que la carretera se estrecha, se había cortado un sentido de circulación por que unos trabajadores estaban reparando la valla de ese centro. Eso ocurrió al menos un par de días más, en la zona de Toledo donde más retenciones de tráfico se producen a diario… sin necesidad de obra alguna. Unos días mas tarde en esa misma carretera en la conexión con unas variantes en construcción, ocurrió algo parecido, durante toda una mañana.
Intentando relajarme en el atasco, me dio por preguntarme cuanto dinero le costaría a todos y cada uno de nosotros y a nuestras empresas, aquella pérdida de tiempo. Cuantos trastornos en lo que se refiere a horarios de suministros y citas se producirían. A cuantos más hubo que molestar para que atendieran esas obligaciones inaplazables, a las que nosotros no podíamos atender. Cuantos perdieron la conexión con un autobús de línea o con el tren. Bien, todo esto se hubiese evitado si esas empresas hubieran hecho ese trabajo por la noche. El coste hubieran sido unos pluses de nocturnidad, y el alquiler de un grupo electrógeno. Pero además ellos hubieran trabajado con mayor comodidad, con más seguridad, y como consecuencia empleando menos tiempo.
Casos como estos se repiten a diario en calles y carreteras sin que a ningún elemento de ese ejercito de funcionarios, a los que pagamos religiosamente, se le pase por la cabeza que la prioridad son los ciudadanos y no los intereses, en ocasiones mezquinos, de cualquier fulano.
Se habla mucho de la falta de competitividad de las empresas españolas. Y se habla generalmente asociándola al marco de relaciones laborales, y muy frecuentemente con el absentismo, y yo me pregunto: ¿Qué respeto le merece al Estado este asunto? ¿A caso los trabajadores no se ven forzados a veces a pasar por absentistas por culpa de las Administraciones Públicas?
Meses atrás tuve conocimiento de un trabajador al que le dieron de baja por una tendinitis en el hombro. Este trabajador se informó de los tiempos que tendría que estar de baja hasta curar su dolencia. Por buenas composturas y sin complicaciones le dieron: dos, tres semanas lista de espera de Trauma, dos, tres semanas pruebas diagnósticas, un mes lista de espera del fisio, más el tiempo requerido para que haga efecto el tratamiento, no menos de tres meses y medio.
Como a este trabajador se le hacia insufrible la espera, se fue a la mutua con la que su empresa tenía contratadas las contingencias comunes, y les dijo: ustedes me pagan el sueldo a partir de la segunda semana de baja, me pongo a su disposición para que la baja sea lo más corta posible. En el mismo momento la vio un traumatólogo, la hicieron una ecografía y pasó la primera consulta con el fisio. La dolencia era seria, cinco semanas después estaba de alta y trabajando. Cuando este trabajador se presentó en su empresa con el alta, no se lo podían creer. La llamaron de recursos humanos. ¿Cómo era posible que una dolencia que generalmente tiene una baja de tres meses y medio, se cure en poco más de un mes? le preguntaron. La dolencia se cura en mes y medio, el resto del tiempo estamos en listas de espera, es “tiempo muerto”, contestó el trabajador.
Estoy hablando de un caso leve, si el caso es complicado o requiere operación los “tiempos muertos” se multiplican exponencialmente.
¿No sería sensato que los trabajadores con baja laboral tuvieran un protocolo, en cuanto a consulta de especialistas y pruebas diagnósticas, diferenciado del resto de los demás usuarios del Sistema Público de Salud? ¿Por qué no se deja a las mutuas que hagan el trabajo para el que se les paga? ¿Están los inspectores del sistema para algo más que para echar balones fuera?
Viendo estos casos y otros, que sería prolijo relatar, se llega a la conclusión de que la responsable del absentismo y, en la medida que corresponda, de la falta de competitividad de las empresas, es una Administración más que absentista, dimitida de todo lo que sea exigir el cumplimiento de las normas, de enfrentarse con los que las incumplen, o las bordean con subterfugios; aprovechándose del esfurzo de los trabajadores honestos, que son la mayoría.

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