La sociedad que nos ha tocado vivir nos va a
volver locos. Creemos que sabemos algo porque manejamos unos aparatitos que nos
dan mucha información. El problema está en que esa información no se da a
cambio de nada. Esa información se da a cambio de tu libertad, de tu libre albedrío,
de poder seguir los caminos que a ti te apetezca recorrer. Se nos da
información, pero el acceso a la misma
está lleno de obstáculos. Justo cuando vas a pulsar la opción que deseas,
aparece inopinadamente un enlace que te lleva a una página donde te venden
puertas blindadas. Todos los sitios que tienes que tocar están rodeados de
muñequitos que te llevan a donde no quieres ir. Como, además el tamaño de los
dispositivos es muy pequeño, es corriente que sin querer teclees donde no
debes. Una verdadera tela de araña donde por mucho que intentes evitarlo la
araña termina pillándote.
Ocurre
lo mismo cuando tratas con las grandes corporaciones de telefonía, luz, gas y
demás servicios indispensables para vivir el día a día. Aquí es donde adquiere
verdadero sentido aquello de “decir la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad”. Antes te engañaban directamente, ahora son más sutiles. Te dicen la
verdad, pero esconden la parte que les interesa, con lo cual te siguen
engañando. No te dicen “toda la verdad”. Al final no te dijeron que la oferta
de un servicio tiene una cuota de instalación desproporcionada. O no te dicen
que tiene permanencia. O esconden que esa oferta es temporal y luego la cuenta
se dispara. Otra tela de araña.
Tenía
mi padre en Riaza un amigo jesuita ya jubilado, con el que daba largos paseos.
En alguna ocasión tuve el placer de acompañarlos. Aquel hombre era un sabio,
seguro que más por lo que había vivido que por lo que había estudiado, que no era
poco. De sus muchas reflexiones, me acuerdo sobretodo de una referida a la
Justicia. Decía aquel hombre que “la Justicia era como una tela de araña,
cuanto más te mueves más te enredas”. Cuantas veces me acuerdo de él cuando me
toca tratar con estos bandoleros de nuevo cuño.
Enredados
nos tienen y nosotros tan agustito, sufriendo sus desmanes y manejos. Pero es
que somos muy modernos. Todo el día mirando al aparato. Por cierto, una idea
para los informáticos: una APP para no toparse con las farolas mientras paseas
enfrascado en el móvil haría rico a su inventor. Por no decir otra que te
avisara de que te cruzas con tu madre y no la has visto. O una que te impidiera
el acceso a la hora de comer, cuando tienes que hablar con la familia. Una que
te lo impidiera a la hora de hacer el amor no estaría mal, aunque comprendo que
esta sería más difícil, por que cada uno
tiene su hora.
Lo
que más me molesta de esta sociedad teleconectada es que te tratan como si
fueras tonto. Ellos te llevan de la mano hasta donde se supone que tu quieres
ir, pero no, te llevan a donde ellos quieren que vayas.
Ese
llevarte del ramal no solo pasa con los anteriormente enunciados, hay muchos
casos en que tu opinión no tiene ningún valor. Si vas a un restaurante y pides
una ensalada, te ponen un plato, generalmente plano con sus ingredientes, pero
sin aliñar, eso va de tu cuenta. ¿Cómo se puede aliñar una ensalada
correctamente en un plato plano siguiendo la norma esa que dice……”y por mano de
loca menea”. La corbata al tinte seguro. Alguna vez he intentado que la
ensalada me la aliñen “al gusto del chef” como pasa con todos los demás platos,
pues nada que te miran como si fueras un marciano. Por otra parte si no te
gusta la canela, no pidas natillas, porque la canela te la ponen si o si.
Qué
decir de la ropa. Hay ropas de marca que me gustan por su calidad, pero lo que no estoy dispuesto es a hacer de
hombre anuncio. En alguna ocasión he preguntado en alguna de estas franquicias,
por qué no tienen prendas donde el logo no sea tan visible. Una vez más me
convierto en marciano, me miran como un bicho raro. No, si a mí no me parece
mal que haya a quien el lagartito le guste exhibirlo, les digo, pero somos
muchos los que no estamos dispuestos a sacrificar nuestra imagen por la
supuesta calidad de la prenda. Además, estas prendas no serían objeto de copia,
pues el gancho de la copia está en el logo. En alguna ocasión les he llegado a
convencer, pero al final te dicen eso de que “es política de empresa”.
A veces
pienso si serán manías mías. Es como las películas españoles, sobre todo en la
tele: yo no entiendo los diálogos. Recuerdo la de Juana la Loca, la última que
se ha hecho; a Pilar Ayala no se la entendía ni en el cine. ¿No será ese uno de
los problemas del cine español actual? Porque Aurora Bautista cuando rodó
Locura de Amor, no tenía estos problemas. Lo he comentado con profesionales del
género y me reconocen que los actuales actores españoles tienen serios
problemas de declamación. Bueno pues a algo tan de bulto y tan serio, no se le
da ninguna importancia.
No
digamos los carritos de los supermercados: riñones, vértebras, rótulas, puestas
en juego para intentar que el dichoso carromato vaya derecho. Si le llevas
cargado a veces es mejor llevarle dando giros por los pasillos, antes que
intentar enderezarle, donde el peligro de hernia discal o inguinal es cierto.
Dicen que ese defecto es intencionado, que lo hacen para que te topes con los
lineales aunque no quieras comprar. Los inspectores de consumo que se ocupan
tanto de la caducidad de los yogures, y de la rotulación de los huevos, se podían
ocupar de esto. Claro que a lo mejor el problema es que las competencias sobre
el carrito, no son de consumo. ¿Serán de Industria o de Tráfico? de Mujer no,
porque sería discriminatorio, además ya vamos los chicos a la compra. Vamos,
que el problema es que el carrito está en tierra de nadie.
Otro
caso de traca es la de los geles de baño y los champús. La mayoría de los que
llevamos gafas, nos la quitamos para ducharnos, ¡vamos digo yo!. Pues bien, en
la mayoría de los casos no hay manera de distinguir unos de otros. De los que
te ponen en los hoteles, seguro que no. Los hay que incluso con ellas puestas
no hay manera de enterarse. No te digo nada cuando entra en juego la leche
corporal, ahí sí que te la tienes que jugar. Por supuesto si aparecen los
acondicionadores del cabello, ya seguro que se lía, pero gorda. Yo os doy un
consejo: después de ducharme con el acondicionador, lavarme el pelo con la
leche corporal, y untarme el cuerpo con el champú, lo mejor es que mezcléis los
cuatro y adelante. Con el jabón Lagarto no había estos problemas. Todo se echó
a perder cuando aparecieron en el mercado aquellas bolsitas de plástico de
champú al huevo.
Buenas
noticias: Floriano Director de Campaña, Vicente Tirado Coordinador Electoral,
Rafa Hernando responsable de Comunicación…..”lo tenemos tó ganao”.
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