Dicen que el caso de Escocia en nada se parece al de
Cataluña. Claro que no se parece, sobre todo en el petróleo del Mar del Norte, que es donde los escoceses fiaban
todas sus esperanzas de no volver a los tiempos de Braveheart.
No nos engañemos, en ese referéndum ha ganado la fortaleza
del Reino Unido. Como en Canadá, ganó la
fortaleza de ese país, a pesar de que se
formó en la confrontación de las dos comunidades en litigio, de su extensión y
de su dispersión.
En estos casos había razones en el origen que justificaban
las pretensiones de los separatistas, También tenían las típicas, que tienen
que ver con los intereses de una oligarquía política. No faltaba tampoco el egoísmo
intrínseco a todo nacionalista, que solo quieren estar junto a otros mientras
les interesa. Imagino que tampoco faltaría la iconografía mítico-sentimental
vía gaita o sombrero de Daniel Boone. Pero no pudieron con la fortaleza del
estado matriz.
El caso de Cataluña no se justifica por el origen histórico,
por más que se empeñen en reescribir la historia. Ellos se creen ricos, aunque
no lo son; y menos el día que decidieran separarse de España. El caso de
Cataluña solo se sostiene en una oligarquía necesitada de esconder sus desmanes
económicos y en la barretina; pero sobre todo en la debilidad del Estado
Español.
España es un estado débil, no porque se den condiciones especiales
que le hagan diferente de cualquier país. España es débil por que los españoles
hemos decidido que así sea.
En España hubo una guerra civil en la que los dos bandos
reivindicaban su patria española, hasta aquel momento nada que decir. Después vino la dictadura que hizo uso y abuso
del ardor patrio. Cuando llegó la democracia la izquierda, quizá por su carencia de
ideas, se refugió en el rechazo a la ida de España Nación y la derecha dejó
hacer, no fuera que la tacharan de franquista. De esta manera hemos llegado a una situación
en la que los españoles se sienten cohibidos
a la hora de demostrar el amor a su patria.
A generar esta situación no ha ayudado poco el estado de las autonomías.
Los líderes autonómicos han exacerbado los sentimientos regionales, antes
inexistentes, para justificarse en unos casos, o para tapar sus ineficacia en
otros. En esto no son distintos de los líderes de Cataluña. Es decir, el
deporte favorito de estos señores y señoras es el juego del pin-pan-pun con
España, y los españoles a verlas venir. Todos a tirar del pico de la manta para
sí mismos, sin importarle a ninguno si la manta aguantará. Qué más da mientras
ellos sigan en la poltrona…
Las autonomías han traído a España al cacique de la nueva
era. La administración cercana solo está para seguirte más de cerca, para
condicionarte en todo lo que tengas que hacer, y para proteger los intereses
del cacique y los del “asa de la caldera”. Los derechos de los ciudadanos cada
día se ven más constreñidos por una burocracia, en muchos casos de carácter estalinista,
cuyo objetivo es proteger al aparato. Autonomías
que han recibido competencias que no son capaces de afrontar por su propia
debilidad. Si en el estado central los políticos están en manos de las grandes
corporaciones, que no pasará en estos gobiernos
de opereta.
Todo esto configura un panorama en el que el Estado está
marcado por la debilidad, en Madrid y en la periferia. Esa debilidad es la que
están aprovechando los nacionalistas. Después de tantos desmanes ¿Qué ha hecho
el Estado Central? ¿Cuántas veces ha llamado a capitulo a algún prócer
regional? ¿Acaso Andalucía no ha hecho méritos para que le quiten las competencias
de formación y empleo? ¿Quién llama al
orden al Lendakari por quitar de los libros de texto los símbolos del Estado
Español y le obliga a reponerlos? ¿Acaso
no se entera Montoro de que las autonomías siguen sin pagar a los proveedores
de sus recursos, y lo están haciendo con el fondo de liquidez autonómico? ¿No
sabe el jefe del gobierno que siguen con toda impunidad los desmanes políticos,
económicos y administrativos de estos señoritos del siglo XXI? ¿Quién pone
freno a este desgaste?
¿Quién da la cara por España?
Por España no dan la cara ni los políticos que cobran por
ello, ni los propios españoles que hemos dejado en sus manos esos asuntos.
Bueno, antes al menos teníamos el pretexto de la “Roja”. Ahora ni eso nos queda.
Pero yo creo que somos muchos los que pensamos que hay muchas
razones para gritar con fuerza: ¡¡¡yo soy español, español, español!!!
Solo tenemos que
gritarlo, y cuando ese grito se eleve por los campos de España, la
mayoría se sentirán reconfortados y algunos pensaran que su ombligo tampoco es
para tanto.
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