Después de haber digerido unos pocos cientos, si no miles, de discursos, es difícil escuchar algo que te emocione, que te llegue un poco más adentro de esa cadena de huesecillos que convierten los sonidos en señales cerebrales, y mucho más difícil que dejen rastro en el inmanente de uno mismo. No estoy hablando de soflamas, ni de llamadas más o menos certeras al sentimiento, ni siquiera a los ideales. Estoy hablando de esas palabras que cuando las escuchas, te ves en ellas, te sientes con ellas, y además, piensas que tú mismo no podrías haber traducido de mejor manera tus pensamientos. Estoy hablando de esas palabras que cuando las escuchas dejas el “yo” aparcado para sentir que formas parte de un proyecto de todos, y que además merece la pena. Estoy hablando de esas palabras que cuando las escuchas la persona que las dice empieza a crecer delante de ti hasta convertirse en un gigante. Eso le pasó a Mariano Rajoy el domingo en el discurso de clausura del Congreso. Todos los clichés que se le suelen adjudicar cayeron hechos añicos para que apareciera el verdadero hombre de estado.
El que va de “gallego” por la vida, el registrador de la propiedad, el de la retranca, el hombre sin empatía, sublimó en un discurso, su verdadera dimensión. Dimensión que no es producto de la fortuna de un día, muy al contrario, es producto del trabajo de muchos años.
Siempre pensé que nadie nace sabiendo, que todo en la vida se aprende, que algunos pueden aprender un poco más deprisa, pero poco más. Mariano ha ocupado todos y cada uno de los puestos posibles dentro de la actividad política, ya sea local, provincial, regional o nacional, ministro en varias ocasiones, siéndolo de Cultura, incluso asistió a una entrega de premios Goya, con lo que tiene de mérito, siendo del PP. Dentro del Partido, lo ha sido todo, yo la conocí en el 93, detrás de un enorme puro, como Secretario de Organización. Es difícil, por tanto, encontrar una persona con mayor preparación para asumir la responsabilidad política que supone la Presidencia del Gobierno.
Esa preparación, esos años de brega, de aciertos y fracasos, esas lucha de pueblo en pueblo haciendo partido resolviendo, o no, conflictos, eclosionaron ayer en un discurso. Ayer Mariano fue menos “gallego” que nadie, menos “registrador” que nadie, ayer Mariano se abrió en canal para sacar lo mejor del hombre que hizo de la constancia su principal virtud.
Él, a diferencia de Zapatero, y de otros a los que les dieron todo hecho, sabe lo que cuesta llegar, lo que cuesta mantenerse y lo fácil que puede llegar a ser perderlo todo si no se tiene la humildad suficiente para reconocer que los humanos nos equivocamos mucho, que lo importante es reconocer los errores y rectificar a tiempo.
Ayer Mariano Rajoy dio un salto de gigante, no solo por su magnífico discurso, sino porque encontró la manera de llegar a la gente. Gente que está harta de las frases hechas, los lugares comunes, y los estribillos ocurrentes, que en esos momentos algunos gritaban en la calle. Gente que necesitaba un Presidente que cara a cara, sin intermediarios, le dijera lo bueno y lo malo que les tuviera que decir, que se lo dijera desde la humildad de que puede equivocarse, pero desde el convencimiento de que estar haciendo lo que España necesita.
¡¡Por fin un presidente que nos trata como adultos!!
1 comentario:
Estoy totalmente deacuerdo contigo en todo lo anterior escrito. Esperemos que todo el escalafón hacia abajo del partido, tome nota y se ponga las pilas en trabajar por y para el pueblo que les ha elegido y que espera que hagan cosas coherentes y nos ayuden a salir de este lío, claro que el pueblo debemos colaborar y contribuir a ello desde abajo, porque sinó todo sera en vano.
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