En algunas ocasiones, cuando se me ha dado la oportunidad de opinar sobre el particular, ha sido motivo de sorpresa el hecho de que me manifieste como republicano. Bien es cierto que soy un republicano no beligerante. Digamos que soy republicano de bajo perfil. No es una cuestión a la que le dé demasiada importancia, pero siempre me ha asombrado que por el hecho de ser del PP la gente te asocie necesariamente a la Monarquía.
Pero esta opinión instalada en el inconsciente colectivo, parece instalada también en el inconsciente de la Familia Real. Ha sido, y es revelador a lo largo de estos años el comportamiento del Monarca con nuestro partido: daba la impresión de que con nosotros lo tenía todo ganado, mientras que todo el trabajo de aproximación y cortejo se lo debía al Partido Socialista. No es que me queje de los “cuernos”, ya digo que soy republicano, pero me sorprendía la miopía del Monarca al dejar de lado a aquellos en los que, llegado el caso, siempre tendría su apoyo.
La falta de sintonía entre el Monarca y Aznar en sus años de gobierno son, sin duda, reflejo de esta falta de empatía del Rey para con los conservadores, los “suyos”. Y resulta sorprendente que se les notara a los dos, cosa que no es de extrañar en el caso de Aznar, de suyo seco y poco dado al disimulo; pero sin duda es digno de mención en Don Juan Carlos, que con el “borbonéo” dio nombre al arte de pasar de puntillas sobre cuestiones delicadas.
Pero las cosas no ocurren por casualidad. Seguro que hay razones para que el Monarca llegara a esa conclusión: de que los republicanos están en otro sitio distinto del PP. Estos días hemos tenido algún ejemplo que ocupa a diario las primeras páginas y las viñetas de los periódicos de toda España.
Me estoy refiriendo al caso Urdangarín, pero más que al caso en sí, al hecho de que los asuntos que están en tela de juicio, se producen en dos comunidades autónomas del PP: ¿había que hacer méritos, o simplemente les deslumbró el armiño?. ¿Se sintieron obligados, o se “sacrificaron” dejándose engañar?. Quizás solamente asumieron su papel: el de aquellos cortesanos que ante la realeza solo saben postrarse. En este caso es lógico que el Rey piense que no tiene porqué esforzarse con los que se manifiesten rendidos.
Pero lo más gracioso de este episodio es el hecho de que esta situación se produce por la, más que insistencia, obsesión de un juez por empapelar a Matas a cualquier costa. Solo falta que el juez sea monárquico.
Al final va a tener razón Su Majestad: ¡de los monárquicos y del sol cuento más lejos mejor!
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