En estos días está muy de moda hablar de las pensiones: ¿cuantos años tendremos que trabajar para poder jubilarnos? ¿A cuanto ascenderá el recorte, con el aumento del periodo de cálculo? ¿Es viable el sistema? Son preguntas que a diario se hacen todos los españoles con más de cincuenta años.
Esta situación, ya vivida en otras épocas, trajo como consecuencia que muchos ciudadanos decidieran empezar a consolidar un plan de pensiones privado. Animó a muchos los comentarios, en este sentido, del entonces ministro Solchaga.
Hoy la realidad se impone, y ya parece que es inevitable la suscripción de este tipo de planes, si queremos apuntalar medianamente nuestro futuro.
Por estas razones, será bueno hablar de cual ha sido la experiencia de todos aquellos que hace más de veinte años suscribimos aquellos fondos de pensiones; y si hubiera que buscar una palabra que lo definiera andaríamos entre el engaño y la tomadura de pelo: no tengo conocimiento de un solo plan cuya rentabilidad haya superado el IPC acumulado de esos años, muchos no han tenido rentabilidad alguna, y otros están por debajo de las aportaciones.
La única rentabilidad proviene de las desgravaciones fiscales hechas en su día. Es decir: por cada mil euros que yo le daba al Sr. Botín, el Estado me regalaba doscientos, y él, que durante estos años se quedó con el dinero, ni cinco céntimos. ¿Cómo lo veis?
El resultado inmediato es que los planes de pensiones, en España, solo interesan a los que están muy cerca de la Jubilación; a los que el tratamiento fiscal les supone una cierta rentabilidad. Pero no creo que haya nadie que, a la edad treinta años, haga una aportación a un plan de pensiones, en el convencimiento de que cuando tenga que rescatarlo, tendrá esa aportación menos el IPC acumulado de más de treinta y cinco años.
¿Cómo es posible que las entidades financieras hayan tenido estos depósitos, a plazo fijo, durante tantos años, y no hayan sido capaces de ofrecer una rentabilidad mínima? ¿No es inmoral que el Estado con sus desgravaciones, haga atractivo un producto financiero del que solo se benefician las entidades de crédito?
Pues eso.
Esta situación, ya vivida en otras épocas, trajo como consecuencia que muchos ciudadanos decidieran empezar a consolidar un plan de pensiones privado. Animó a muchos los comentarios, en este sentido, del entonces ministro Solchaga.
Hoy la realidad se impone, y ya parece que es inevitable la suscripción de este tipo de planes, si queremos apuntalar medianamente nuestro futuro.
Por estas razones, será bueno hablar de cual ha sido la experiencia de todos aquellos que hace más de veinte años suscribimos aquellos fondos de pensiones; y si hubiera que buscar una palabra que lo definiera andaríamos entre el engaño y la tomadura de pelo: no tengo conocimiento de un solo plan cuya rentabilidad haya superado el IPC acumulado de esos años, muchos no han tenido rentabilidad alguna, y otros están por debajo de las aportaciones.
La única rentabilidad proviene de las desgravaciones fiscales hechas en su día. Es decir: por cada mil euros que yo le daba al Sr. Botín, el Estado me regalaba doscientos, y él, que durante estos años se quedó con el dinero, ni cinco céntimos. ¿Cómo lo veis?
El resultado inmediato es que los planes de pensiones, en España, solo interesan a los que están muy cerca de la Jubilación; a los que el tratamiento fiscal les supone una cierta rentabilidad. Pero no creo que haya nadie que, a la edad treinta años, haga una aportación a un plan de pensiones, en el convencimiento de que cuando tenga que rescatarlo, tendrá esa aportación menos el IPC acumulado de más de treinta y cinco años.
¿Cómo es posible que las entidades financieras hayan tenido estos depósitos, a plazo fijo, durante tantos años, y no hayan sido capaces de ofrecer una rentabilidad mínima? ¿No es inmoral que el Estado con sus desgravaciones, haga atractivo un producto financiero del que solo se benefician las entidades de crédito?
Pues eso.