domingo, 14 de noviembre de 2010

CINISMO SIN LÍMITES

Todos sabemos de la ruindad política de Bono…Bueno, política y personal, porque no se puede ser tan mezquino, si no hay una componente personal en esa conducta.
Siempre me han sorprendido aquellos que lo justifican todo en orden a conseguir fines políticos, como si el “ser” político fuese una cosa distinta de la persona que le soporta. No hay dos condiciones distintas en lo político y lo personal, como si del Dr. Jekyll y Mr. Hyde se tratase, muy al contrario: la condición de político, en el hombre, se prolonga dentro de su ser a mayor profundidad que cualquier otra condición, en la medida en que las decisiones que tienes que tomar en el ejercicio de ese cargo, repercuten en mucha mayor gente que cualquier otra decisión que puedas tomar en tu devenir vital.
“Esto es Política” dice alguno que conozco para justificar cualquier tropelía, para tapar su falta de capacidad, o de ganas de esforzarse, para hacer las cosas bien. Es más fácil hacer una “guarrada” a un compañero para apartarle de tu camino, o al adversario para conseguir un puñado de votos, que trabajar a diario demostrando lo que vales o convenciendo a los electores de la bondad de tus propuestas.
Por eso sorprende que en un ejercicio de cinismo y crueldad sin límites, hasta ahora desconocido, aunque no por ello extraño en el personaje, Bono adjudique al PP la responsabilidad de el lamentable final que a tenido la esposa de uno de los policías que detuvieron a los militantes del PP que, según Bono, le agredieron.
Nada tiene que ver en el caso que aquello fuera unos de sus ya conocidos montajes. Que moviera “Roma con Santiago”, para aparecer de víctima de la derechona, cosa que le encanta, para de esa manera tapar su verdadera esencia prepotente y caciquil. Que hiciera venir a Toledo, al Hospital de las Tres Culturas, a su conductor para que, cuando era ministro del Ejército, un médico militar en dudosa situación laboral, certificase los hematomas que parece ser que en Madrid no podían certificarle. Que pusiera en marcha una operación policial que llevó a dos ciudadanos honrados a dar con sus huesos en la comisaría. Que todo eso lo hiciera en su propio beneficio: para después hacer responsable al partido que se limitó a ejercer su derecho a la defensa.
Ese personaje que monto el “caso del lino” de la mano de su amigo el juez Garzón y el fiscal Villarejo para quitarse de en medio a Carlos Moro (q.e.p.d.) entonces delegado del Gobierno y posible adversario en las urnas y hostigar a Loyola de Palacio (q.e.p.d.) candidata al Parlamento Europeo y después Ministra de Agricultura.
En aquella patraña se mintió, prevaricó, se prepararon informes ad hoc, se engrasaron los resortes mediáticos. Se imputaron a personas, como a Nicolás Pérez de Coca sin competencia para hacerlo, como regalo de Garzón a Bono antes de las elecciones del 2003. Todo un cúmulo de irregularidades, para terminar con la sentencia de 23 de abril de 2007, donde se declara:”no hay ni rastro de la trama de altos cargos, no hay ni rastro de fraude generalizado, no hay delito de falsedad documental para repartirse las subvenciones europeas”.
Muchos de los implicados en aquel montaje han fallecido jóvenes, o al menos antes de tiempo, generalmente como consecuencia de un cáncer. Especialmente recuerdo a la persona que lo hizo en primer lugar: Marisa, esposa de Carlos Moro. Tuve la oportunidad de conocerla un día que me invitó a comer en su casa, no hacía falta estar mucho tiempo a su lado para descubrir a una mujer bellísima, tanto por fuera como por dentro.
No sé lo que este indecente, trincón y miserable habrá tenido que ver en el drama de estas familias, pero seguro que infinitamente más que el PP en el desgraciado final de la esposa del policía, a la que de paso, y como es habitual en él, está utilizando en su afán de protagonismo.
Hubo un tiempo en que este comportamiento te indignaba, ahora sinembargo da pena. Da pena el esperpento en que se está convirtiendo un personaje mediocre, cuya única virtud fue rodearse de mayor mediocridad de la que él mismo irradiaba, y cuyo único mérito es haber construido bajo sus pies un pedestal con los frutos de su afición al “desguace”.

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