La crisis económica es como el agua que llena un estanque y
que se está escapando por las grietas de la pileta. El agua según va bajando de
nivel deja al descubierto los restos de años de acumulación de desperdicios.
Cuando el agua llega al fondo el espectáculo es insoportable, por los residuos
que allí se observan, inconcebibles en
un estanque de agua. Restos de todo tipo y condición hacen el ambiente
irrespirable por el hedor, e insoportable por lo que representa: años de
acumulación de inmundicias que se arrojaron en aquel estanque en la convicción
de que el agua taparía tan dantesco espectáculo.
El estanque podría representar el sistema democrático
español, y los detritus las consecuencias del sistema político. Poco a poco se
fueron depositando corrupciones, prebendas, abusos de poder, injusticias,
nepotismos, robos puros y simples, que depositados uno a uno en aquel estanque
parecían no tener importancia. Pasaba el tiempo y como el agua no faltaba nadie
se cortaba en acumular residuos. Muchos veían lo que estaba pasando, incluso si
mirabas el estanque a través del agua turbia se podían observar los restos,
pero nadie quería mojarse, nadie quería vaciar la pileta. Ni jueces, ni
políticos, ni fuerzas sociales, ni medios de comunicación, querían pasar por
ser los que rompieran el consenso que se estableció entre las diversas fuerzas
políticas y sociales para repartirse las
ganancias.
Todo esto se sabía y todo se tapó.
Escribo estas líneas por lo que está apareciendo en la prensa
sobre los sindicatos, y una vez más, como ya he escrito en otras ocasiones
sobre las fuerzas políticas, el cinismo hace acto de presencia.
¿Pero es que nadie sabía que los EREs eran una fuente de
financiación de los sindicatos? ¿Pero es que nadie sabía que los cursos de
formación eran un pretexto para allegar fondos? ¿Pero es qué nadie sabía que a
esos cursos solo había que apuntarse, que nadie se encargaba de comprobar si
los cursos se hacían y de qué forma? ¿Pero es qué no conocemos todos la
afinidad de las empresas que vendían esos cursos con los sindicatos y los
partidos de la izquierda? ¿Acaso no podríamos enumerar cada uno de nosotros
media docena de nombres?
El problema reside en que las instituciones que la
Constitución prevé como instrumentos de participación del pueblo en los asuntos
del Estado; y otras, no menos importantes, en orden a mejorar la convivencia:
partidos, sindicatos, judicatura, medios de comunicación social, administración
pública, organizaciones sociales, que se
suponen al servicio de los ciudadanos, hace tiempo que solo están al servicio
de las castas que los dirigen.
Y digo castas, porque sus dirigentes hasta hace no mucho
tiempo, eran producto de la democracia interna, imperfecta sin duda, pero
democracia al fin y al cabo. Hoy no lo son. Los aparatos lo controlan todo, y
los que están son producto de una especie de aristocracia, a la que se accede por múltiples caminos,
pero ninguno que tenga que ver con el trabajo serio, las convicciones profundas,
la honestidad intelectual y la otra, la afinidad ideológica, la cercanía al
electorado, y otras virtudes que deberían adornar a nuestros representantes; y
si tiene mucho que ver con las horas de antedespacho, de pasillo, de palmaditas en la espalda y
seductores susurros al oído del jefe.
Hoy los partidos están más al servicio de ellos mismos que de
sus electores. Los sindicatos están más al servicio de sus aparatos que de los
trabajadores. Los medios de comunicación más al servicio de su cuenta de
resultados que de la verdad. Los jueces más pendientes de su carrera que de las
sentencias. Y así podríamos seguir con muchos más ejemplos de este entramado
político, social y administrativo de intereses compartidos, en el que el
interés por el ciudadano es meramente enunciativo.
Una oligarquía cada día más fuerte, más soberbia, más impune
y desvergonzada, que se ha puesto España por montera y al pueblo español como
galopín de sus caprichos.