Hace
unos días pude comprobar la cara que se le quedó al Ministro de Educación en la
entrega de los premios extraordinarios, fin de carrera, a los estudiantes de
las distintas facultades de nuestra Universidad. Algunos de ellos se negaron a
saludar al ministro y a las personas que les hacían entrega de los premios en
cuestión. Me recordó el gesto de la entonces también Ministra de Educación
Esperanza Aguirre, en la sesión del Congreso en la que la oposición tumbó la
Ley de Educación que pretendía aprobar, al salir del hemiciclo con las lágrima
a punto de brotar de sus ojos.
En
ambos casos se trata de dos ministros que honestamente han tratado de reparar
el maltrecho estado de la Educación en nuestro país, asumiendo el coste y el
desgaste político, que supone afrontar un problema de fondo, que viene lacerando
el nivel intelectual y académico de
nuestros jóvenes desde los primeros compases de la etapa socialista, y de meter
racionalidad en un mundo donde la izquierda y los nacionalistas, han sentado
sus reales para beneficio de sus intereses políticos.
Yo,
le diría al ministro, que no se preocupase demasiado por el gesto entre
altanero y despectivo de esos muchachos. Decía mi padre que el que no es de
izquierdas a los veinte años no tiene corazón, pero que el que lo sigue siendo
a los cuarenta, lo que no tiene es cabeza. Esos estudiantes están en la primera
fase, pero me gustaría verlos dentro de veinte años. Los que iban a los
conciertos de Raimon en Económicas, perdonad los más jóvenes pero es que uno ya
tiene algunos años; o aquellos que durante la guerra de Irak, empapelaron la
misma facultad con las fotos de los diputados del PP, tildándolos de asesinos
sin cortarse un pelo; son los mismos
tiburones que propiciaron la burbuja financiera, que les permitió enriquecerse
hasta límites insospechados, dejando a medio mundo en la ruina. Son, los que ocupando
los mejores puestos en los bancos, estafaron con las subordinadas y las
preferentes a miles de jubilados. Los que arruinaron las cajas para favorecer a
sus amigos y a ellos mismos. Los que desde los órganos de control asistieron
impávidos a todo tipo de desmanes. Los que desde las altas instancias de la
Administración y el Gobierno facilitaron la labor. Los que desde sus gabinetes
de estudios no dieron una, ciegos a lo que se nos venía encima. Los que desde
esos mismos gabinetes cuando lo vieron
venir callaron, porque se le terminaba
el negocio. Los que cobraron por lo uno y por lo otro. Los que, porque son muy
listos, haciendo malabarismos con los ERES, han dejado en la calle a millones
de trabajadores, al menor coste posible para sus jefes: los banqueros y las multinacionales. Por poner un ejemplo
habría que haberle visto a Moltó en sus tiempos de estudiante.
Y
esto no tiene remedio, así es la vida, y algunos no se resignan a perder la
oportunidad de dejar pasar cualquier ocasión que se les presenta, ya sea para
dar la nota rebelde, o para hacerse rico aunque sea a costa de los demás.
En
alguna ocasión he escrito que nuestra Universidad efectivamente necesita de una
reforma en profundidad. No pueden seguir siendo refugios de la endogamia y el
nepotismo; con ausencia total de control público. De control de la sociedad en su conjunto, y no solamente de
los profesores y los estudiantes. Aquí, como en muchos otros aspectos de la
vida el que paga manda. Las Universidades públicas nos salen muy caras y debe
estar bajo el control total y absoluto de la sociedad civil, y no solo de los
jerarcas académicos.
Las
universidades deben ser financiadas por el Estado, pero debe hacerse a título
nominal, y con su cuenta y razón. Para que esa financiación no se convierta en
una subvención a aquellos que por lógica se convertirán en los mejor pagados de
nuestra sociedad. Los estudiantes universitarios deben asumir como una deuda
con el Estado el costo de sus estudios,
y amortizar esa deuda a lo largo de su vida laboral. De esa manera no
habrá discriminación, ni recortes. Nadie que quiera estudiar, dejará de hacerlo
pero sabiendo que a lo largo de su vida deberá hacerse cargo de los gastos
ocasionados. Este sistema descargaría a los padres de los múltiples gastos que
les acarrea la educación de sus hijos. Les haría a éstos más responsables. Taparía la boca a los de izquierdas, que solo
buscan en la subvenciones del Estado la solución a todos sus problemas. Ese
sistema permitiría dedicar muchos más recursos a la investigación. Y alejaría
de la Universidad a aquellos que no estén dispuestos a tomarse en serio, un
servicio que es costoso y que pagamos entre todos.
Y
hay antecedentes, los médicos vía MIR, durante cinco años devuelven a la
sociedad, no sé si todo, pero si gran parte de los recursos que en su día hubo
que poner para hacerles médicos. Algo parecido debería ocurrir con las demás
enseñanzas.
Vamos,
ministro que no te achiques que si quieres todavía tienes corte.
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