Una de las cosas que peor se aguanta, a determinada edad, es
el cinismo. Cuando se han visto y vivido demasiadas cosas, sorprende la
facilidad de los humanos para olvidarse de la “viga en su ojo”, para criticar
sin medida las “pajas” en los ojos de los demás.
Están los de la Diputación de Toledo tirándose el champú, las
bolsas de basura y los tubos fluorescentes, a la cabeza del contrario. Toda una
catarsis depuradora de comportamientos poco o nada ajustados al rigor normativo,
administrativo y contable.
Porque, en esa casa, el rigor ha sido a lo largo de su
historia el “santo grial” de su comportamiento. Todos los que allí trabajan o
han trabajado, políticos y funcionarios, saben de lo que estoy hablando.
Empezando por el acceso a esa casa, nadie podrá negar que el
rigor en esta materia sea paradigmático, de todos conocido y valorado. En esa
casa, todos los que han concurrido en una oposición de cualquier categoría, han
podido comprobar que las personas que consiguieron su puesto lo hicieron con
méritos más que sobrados. Sólo los
mejores pasaron los estrictos filtros de selección. Que frecuentemente, por no
decir casi siempre fueran amig@s, herman@s, prim@s, cuñad@s, hij@s, sobrin@s, ti@s,
amig@s, yernos, nueras y afines políticos de los diputados, alcaldes y
concejales de las distintas zonas de la provincia, son meras especulaciones de
mentes retorcidas, en orden a desprestigiar a una institución que siempre tuvo
a gala su vítrea transparencia.
Que, además, la afinidad política de los seleccionados fuera
proporcional al peso del equipo de gobierno, oposición y sindicatos, con alguna
pincelada, a veces de brocha gorda, de algún funcionario, es mera casualidad.
Ya sabemos que la combinatoria matemática da mucho de sí e igual que se puede
encontrar ese paralelismo, se podrían encontrar otros muchos, como con el
número del calzado, el color del pelo o la manera de vestir.
Esos cuentos de que algunos iban al examen con las preguntas
debajo del brazo o que los cancerberos de los ejercicios, plancha de vapor en
mano, levantaban las solapas de los sobre donde se guardaban los ejercicios
para cambiar los malos por los buenos... Esos son patrañas, producto de mentes
enfermas de envidia, que no pueden asumir que los buenos, los que se machacan
los temarios concienzudamente, son los que aprueban y los demás tendrán que
asumir su fracaso.
Y una vez dentro, esos criterios de rigor, troquelados en los
exámenes de ingreso, se mantendrán a lo largo de todo una vida profesional. Los
ascensos, complementos, remuneraciones extraordinarias, comisiones y toda esa
selva que, en otras áreas de la función pública, son motivo de controversia, en
la diputación, muy al contrario, son motivo de asombro por la ecuanimidad y los
criterios de objetividad, profesionalidad y excelencia que los avalan.
Esa manía de censurar el ejército de asesores, que ayudan
a los esforzados diputados a sobrellevar
la pesada carga de sus ayuntamientos, sumada a la de la Diputación ¿Cómo
podrían llegar a todos los extremos exigidos por tan complicado compromiso? Sólo
por poner un ejemplo del que me gustaría huir, pero es que viene que ni
pintado: ¿Qué haría el actual presidente de la Diputación, con su escuálido
currículum, si no tuviera a su alrededor ese compendio de sapiencia, conocimiento
y experiencia de los asesores que le rodean?
Se pone, en la información, que he leído, bajo sospecha a las
dos empresas suministradoras de los enseres en litigio ¡Ya estamos como
siempre, metiéndonos con los pobres empresarios, con los emprendedores, esos
que tienen que ganarse la vida y la de sus empleados luchando a diario! Invito
al fiscal a que analice todas y cada una de las empresas que han suministrado
obras y servicios a la Diputación y le invito también a que lo haga con todo
tipo de despachos profesionales: jurídicos, ingeniería, arquitectura, economía,
informática, arqueología, agrónomos, bellas artes…. Vamos, que se me acaba el
vademécum de profesiones y no habrá una sola en la que se pueda encontrar el
más mínimo atisbo de amiguismo o compadreo.
En cuanto a los precios, invito a cualquiera al que no le
importe perder el tiempo, a que analice las certificaciones de obras
patrocinadas por esa santa casa. Podrán comprobar el ajuste minucioso a los
precios de mercado de todas y cada una de las partidas y más aún, si la obra
era en el pueblo de cualquier diputado.
Por no hablar de la joya de la corona: El Hospital
Provincial, esa casa donde generaciones de toledanos hemos aliviado nuestras
dolencias, donde una pléyade de magníficos profesionales ejercían su docta
maestría, poniéndola al servicio de los más menesterosos. Pero aquí también la
envidia hizo su labor: que si cobraban mucho, que si tenían consultas privadas…-¡habladurías!-,
que si una auxiliar, en ese hospital, cobraba más que una enfermera en el
SESCAM… Como digo yo: ¡que las comparaciones son odiosas! Un día me dijo un
diputado de la cosa, “César, cuando firmo las nóminas del hospital, lo hago sin
mirar, porque me da vergüenza. Como yo
le dije: pues ten cuidado, no sea que te vayas a firmar encima de la corbata. ¡Memeces!
¡Qué falta de delicadeza, por tanto la de esos señores que
están tirando por tierra el benemérito prestigio de una institución que ha sido
prístina, faro y guía de buenas prácticas a lo largo de su dilatada historia! Y
es que no hay peor cosa que no saber dónde uno se encuentra. Miren a su
alrededor, miren esos sobrios muros, testigos de lustros de lucha por el bien
común, sobre todo, por el de algunos.
Mírense a los ojos los
unos a los otros y verán claramente la verdadera razón de por qué se están
tirando el friegasuelos a la cabeza. Es que de cosas más importantes mejor no hablar,
que de eso todos tenéis mucho que callar.
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