Poco dura la alegría en la casa del pobre. No habíamos terminado de disfrutar los resultados electorales de las últimas Europeas, y vaya la que tenemos montada a cuenta de Bárcenas, Camp y demás compañeros mártires.
Hace unos días viendo una película ambientada en los años del Macartismo, me sorprendió, la exquisitez de aquella policía a la hora de grabar las escuchas telefónicas: Cuando hablaba cualquier miembro de la familia que no fuese el que era objeto de la investigación, no solo no se grababa la conversación, sino que incluso no se escuchaba; solo cada tres minutos se metían de nuevo en la línea telefónica para hacer un seguimiento de su desarrollo. Incluso no grababan a la persona objeto de la escucha si habla de cosas distintas de las que eran materia de investigación.
En España, ya sabemos, que las escuchas te las monta el CNI para ver si la empleada doméstica habla con el novio, lo que da una idea de la seriedad con que en nuestro país se administran estas cosas… y que las grabaciones magnetofónicas no sirven, y si no que se lo pregunten al “padre coraje” que grabó la confesión del asesinato de su hijo y el juez no las dio por válidas
Digo todo esto porque el caso Gürtel, y sus múltiples ramificaciones, son consecuencia de una denuncia interesada, con unas grabaciones como toda prueba y del uso indebido de una prerrogativa judicial que en modo alguno puede servir para tenerte pinchado el teléfono dos años para ver qué es lo que pillamos ¿Qué ciudadano, incluidos jueces, obispos, altos cargos, consejeros de grandes y pequeñas empresas, fuerzas del orden, militares del cualquier grado, y condición, catedráticos, etc. aguantaría semejante radiografía.
Este caso es producto de la actitud inquisitorial de un personaje que hace mucho tiempo se declaró incompatible para juzgar cualquier caso que tenga algo que ver con el interés público. Solo magistrados impolutos, independientes de todo interés político o personal, pueden emitir sentencias sobre cuestiones que afectan al Común, y estas condiciones no las cumple el juez que instruyó el caso ni alguno de sus colaboradores en la Policía.
El PP está siendo víctima de una persecución policial, que cuenta con claros precedentes en el caso Bono, los casos de Canarias, o en el caso Matas, y esto no puede quedar sin respuesta por parte del PP. A estas actitudes no se les puede dar marchamo democrático, ni mucho menos el beneficio de la duda. Van a por el PP a cualquier costa y para esto no sirven los paños calientes. Les conocemos, sabemos que son capaces de todo.
La clave está en la actitud de un partido que ha puesto España y sus instituciones en almoneda, y cuando los servicios se pagan bien, nunca faltará un juez dispuesto a echar una mano con tal de ascender, o un policía capaz de coger un atajo para lo mismo, y de ahí para abajo todo lo que quieran.
Entiendo, por tanto, la actitud de los implicados en estos casos, y sin embargo me preocupa el guirigay que tenemos montado a su cuenta, y de esto no tienen la culpa ni los jueces ni los policías. Que Génova sea el altavoz de nuestros propios problemas demuestra, la fragilidad de nuestra organización, y la poca cohesión de los que allí moran ¿Qué hubiera quedado de nosotros si hubiésemos tenido que hacer frente a los casos del PSOE? Simplemente hubiésemos desaparecido.
Ese es nuestro gran problema, no hay empresa, esto ya lo he dicho más de una vez, y no dejaré de repetirlo hasta la saciedad, y no hay empresa porque nuestra organización es fruto de demasiadas ocurrencias, donde la arbitrariedad es campo abonado para el medro de amiguetes y demás fauna de pasillos, antedespachos y gabinetes, donde el valor político no solo no se tiene en cuenta sino que se desprecia. Donde el servicio a mí mismo y al jefe está siempre por encima del servicio al Partido. ¿Cómo nos pueden sorprender determinadas actitudes de algunos de los implicados, cuando son esas actitudes las que ordenan toda nuestra pretendida acción política?.
Me indigna el trato que desde determinadas instancias se da a nuestro partido, pero me indigna más el trato que le damos nosotros mismos. Lo primero no lo podemos evitar, pero lo segundo está en nuestras manos poderlo cambiar.
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