Son muchas las ocasiones en las que he participado en algún “minuto
de silencio”. Tengo que decir que la mayoría de las veces de mala gana. No
porque no sintiera las razones por las que se hacía, sino justo por lo
contrario, porque las sentía demasiado.
Creo que los sentimientos más nobles no son para hacer alarde
de ellos. Muy al contrario, son para administrarlos en lo más profundo de tu
ser. Tanto si son de amor, como si son de rabia, de indignación, de dolor,
deben quedarse dentro de ti, para que sean el cauce de tu conducta, que te
sirvan de lección para enmendar lo que estás haciendo mal. Incluso de redención
de las responsabilidades que a ti mismo te atañen como individuo o, en su caso,
como dirigente.
Cuantas veces, después de muertes por violencia de género,
de atentados terroristas de todo tipo,
hemos salido a las puertas de los ayuntamientos, de las asambleas, a las plazas
y allí, unos con la vista perdida en el infinito, otros con la vista puesta en
el suelo, algunos en posición de firmes, con caras circunspectas, hemos hecho
alarde de nuestro dolor. Como las plañideras de antaño, toda una representación
de cara a la galería. Después, todo seguía igual. Tenía y tengo la impresión de
que aquello era la representación de nuestro fracaso, como sociedad.
Escribo estas líneas por los acontecimientos que se están
viviendo en Europa en los últimos tiempos. Yo soy Charlie Hebdo, yo soy Paris,
ahora yo soy Bruxelles, como sigamos así vamos a seguir siendo tantas cosas que
vamos a dejar de ser nosotros mismos. Y es ahí donde está el fondo del
problema, que nadie se pregunta quienes somos nosotros.
Pertenecemos a una sociedad que, a pesar de sus defectos, es
una sociedad libre, de iguales, solidaria, generosa, respetuosa con los
distintos. Una sociedad de derechos y obligaciones respetuosa y orgullosa de
sus leyes. Sociedad que se ha construido con el esfuerzo la generosidad y la
entrega de generaciones. Muchos son los que dieron su vida por esta sociedad
que ahora disfrutamos. Muchos son los que trabajaron sin descanso para
construir ese “estado del bienestar” del que todos nos valemos.
Esta Sociedad, la sociedad occidental, sólidamente instalada,
con el paso de los tiempos ha dado origen a un peligroso fenómeno: la memez, la
ñoñería, o si lo quieren más culto la puerilidad de muchos de sus componentes. Personas
que se creen que todos esos beneficios que definen esta sociedad están ahí por generación
espontánea, que no son producto de la lucha y del sacrificio, y que por lo tanto solo se mantendrán con la lucha y el
sacrificio diario de sus componentes. Este edificio que a todos nos acoge debe
mantenerse y defenderse día a día, pues son muchos sus enemigos, internos y
externos, solo de esa manera podremos legar a nuestros hijos lo mejor y más
preciado que tenemos: nuestro modelo democrático de sociedad.
Y defender ese modelo significa defenderlo en todas sus
expresiones, hasta aquellas que pueden parecer más nimias. Los memos que dicen
que hay que suspender las procesiones de Semana Santa, o visten a los Reyes
Magos de bufones, no se dan cuenta que lo que están haciendo es desarmar una
sociedad que en gran parte tiene en la religión y sus expresiones un sentido
para su vida. Ver a tíos como castillos llorando porque la lluvia impide sacar
la procesión de su cofradía es algo muy serio que debería hacer pensar a estos
descastados. Y si a alguien le molesta que se vaya por otro sitio. Igual nos
ocurre a todos cuando hay una manifestación y un evento que entorpece nuestro
natural deambular. Nos aguantamos y a otra cosa, pero es que esto es lo que
llamamos convivencia. El colmo es cuando se dice que esto hay que suprimirlo
para no molestar a otras religiones. Religiones que llevan en su intransigencia,
cuando no el fanatismo, como seña más característica.
Yo no sé si algunos se han dado cuenta de lo que tenemos
enfrente de nuestro edificio, pero no hay que ser muy espabilado para sacar
conclusiones. Tenemos, lo que disfrazado de fanatismo religioso no es otra cosa
que fanatismo político, tenemos xenofobia, tenemos totalitarismo, tenemos esclavitud,
tenemos sexismo, tenemos genocidios, tenemos desprecio por la vida. En
definitiva se nos quieren colar todo aquello por cuya erradicación lucharon nuestros
antecesores durante siglos, que costó millones de muertos. Y algunos, desde
dentro, los jalean.
Esta sociedad debe dejar a todos aquellos que se acercan a
ella, varias cosas claras: la primera que sus beneficios son producto de la
lucha y el esfuerzo de todos y que sin esa lucha y ese esfuerzo en común no hay
“estado del bienestar”, por tanto no tienen cabida aquellos que solo estén dispuestos a ordeñarla.
Que esta sociedad es nuestro mayor tesoro y la vamos a defender con uñas y
dientes. Que no vamos a aguantar la más mínima acción que vaya en contra de sus
postulados, de libertad, igualdad, solidaridad, respeto y democracia. Y sobre
todo que nadie pretenda utilizar los beneficios de esta sociedad para luchar
contra ella. Yo prefiero perder temporalmente un derecho, a por no hacerlo
perder todos para siempre.
Por aquí deben ir las cosas si no queremos, con cara de compungidos,
participar en los innumerables minutos de silencio que nos esperan.
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