En el año 334 a.c. Alejandro Magno atraviesa el Bósforo para
adentrarse en la Persia de Darío. Venció a éste en las batallas del río Gránico
e Isos, para después darse un paseo conquistando toda la parte costera Asia
hasta Egipto, donde fundó la ciudad de Alejandría. Alejandro se tomó su tiempo
para que Darío se rehiciese sabiendo que la batalla decisiva estaba por llegar.
Los dos sabían que esa batalla sería la definitiva, la que permitiría, o no, a
Alejandro hacerse dueño de toda Asia hasta el Hindukus. Todo el mundo conocido
hasta esa fecha.
Darío había preparado la batalla minuciosamente: eligió el
sitio en una explanada que se preocupó en allanar para que nada dificultase la
maniobrabilidad de sus tropas, sobre todo de los temible carros falcados, ocupó
los sitios más favorables, sembró el terreno de trampas, para dificultar las
maniobras de la caballería. Pero sobre todo disponía de una cantidad ingente de
efectivos muy superiores a las de Alejandro.
Viendo aquel panorama, Parmenión, el general más veterano y
más prestigioso de Alejandro, que ya había servido a las órdenes de su padre
Filipo de Macedonia, le indicó la conveniencia de atacar por la noche, cuando
es más difícil coordinarse y el número de tropas tiene menos incidencia en el
resultado de la batalla. Alejandro rechazó aquella idea diciendo: “lo que me
proponéis es una artimaña cuyo único objetivo es no dar la cara”… estoy
decidido a atacar a plena luz del día, pues prefiero lamentarme de mi mala
estrella antes de avergonzarme de mi victoria”. Alejandro sabía que conquistar
toda Asía suponía dejar claro a todo el mundo la derrota sin paliativos del
Darío.
A lo largo de la historia hay muchos ejemplos de hombre que
prefirieron dar la batalla antes de entregarse a componendas. Hay ocasiones en
que las batallas se tienen que dar, además se tienen que dar abiertamente, para que todo el mundo sepa
quién tiene la autoridad. La Auctoritas. Por decirlo en lenguaje llano: la
gente debe saber quién manda. Cuando no se sabe quién manda, puede mandar
cualquiera.
Valga este largo prólogo, en parte consecuencia de mi
devoción por Alejandro Magno, para introducirnos en las últimos
acontecimientos, vividos en nuestro país, como consecuencia de los desvaríos
ideológico-político-administrativos de nuestro gobierno, La sensación de
improvisación, de falta de criterio, de endeblez ideológica, de ausencia de espíritu
de servicio, la obsesión por la autoprotección de los titulares de las
instituciones, están produciendo no solo la rechifla general, si no lo que es
más grave, el desarme moral de todo un pueblo.
Episodios como, la salida masiva de presos. Las
concentraciones de asesinos, a los que solo se les enfrenta un periodista,
salvando de paso la dignidad de toda una Nación. El vodevil de la subasta de la
luz, donde no sabemos si nos engañaron aquel día o lo vienen haciendo desde
hace años. La filtración a la prensa de la operación contra ETA. Los
acontecimientos de Gamonal, donde cuatro de extrema izquierda, rompen por la
fuerza la voluntad de todo un pueblo. Las becas ERASMUS de los niños de papá.
La externalización de la Sanidad Madrileña. Los bandazos con la imputación de
la Infanta. Son claros ejemplos de un gobierno sin rumbo, sin criterio; y lo
que es peor: sin intención alguna de ejercer la autoridad que todos le dimos, y
que estamos deseando que ejerza.
A un gobierno podemos perdonarle que se equivoque al tomar
decisiones, lo que no se le puede perdonar es que los estragos vengan por no
tomarlas, por subvencionar a los que amenazan, por ceder con tal de no
enfangarse. En definitiva por no dar la cara con tal de ganar tiempo hacia no
se sabe dónde. No se puede gobernar desde el parapeto, desde la distancia,
desde la falta de compromiso, sin la asunción de los riesgos inherentes al cargo.
No se puede gobernar, como las ruedas de prensa, a través del plasma.