El caso de Pepiño inunda las páginas de los diarios nacionales y de provincias. La rechifla del respetable, desborda los comentarios tanto en las redes sociales, de ahora; como en las de antiguamente: barras de bar, colas de supermercados, salida de misa de doce, etc. El asunto no le falta ningún ingrediente de lo que en La Codorniz titulaban como “Celtiberia Show”. La gasolinera llena de esforzados del volante, el primo del político esperando en la taquilla, el empresario con el sobre de billetes – desde que se inventaron los de quinientos euros ya no hacen falta maletines-, el pago del peaje, la entrevista en el coche oficial, escoltado por la Guardia Civil. Nada falta en este auto sacramental en el que se ha convertido la política en España. Digo auto sacramental y no drama o farsa, por que en esta representación tiene mucho que ver la Fe, la que algunos tienen en los partidos políticos.
En este caso como en otros, en los que he tenido la oportunidad de opinar, no quiero adelantar acontecimientos, ni hacer juicios temerarios. Lo que pedí en su día para Francisco Camp o Bárcenas, lo pido ahora para Blanco, a pesar de que lo que Blanco pedía para aquellos, no es igual que lo que ahora se exige a sí mismo. Como ya denuncié valoro el apoyo que el ministro está recibiendo de su partido, al contrario de lo que ocurre en el nuestro.
Pero este artículo no lo escribo para denunciar un posible caso de corrupción. Son tantos que hablar de ellos es lo más parecido a perder el tiempo. Lo que me quiero preguntar es: ¿hasta que punto no somos nosotros, los ciudadanos de este país, los responsables de el esperpento en el que se está convirtiendo la política en España?
Lo digo porque cuando hablamos de estas cuestiones el cinismo que nos invade es de tamaño sideral. Se habla de financiación irregular de los partidos y todos vemos como los gastos en las campañas electorales sobrepasan lo establecido por las Juntas Electorales, los gastos que se justifican en estas Juntas, o en el propio Tribunal de Cuentas. Esto lo saben en la Juntas Electorales, en el Tribunal de Cuentas. Lo saben los fiscales, la policía, los medios de comunicación, que se llevan una parte importante del pastel, lo sabe el Gobierno y la Oposición; y lo sabe cualquier ciudadano medianamente informado que le de por sumar el costo de: vallas publicitarias, cartelería en marquesinas, cabinas y demás soportes; sedes electorales, personal, actos públicos con su correspondiente infraestructura para realzar la imagen del líder y demás parafernalia de acompañamiento, autobuses para llenar esos multitudinarios mítines, buzoneo, asesores de imagen... Todo un entramado de gastos que seguro multiplica por cinco, diez o veinte, según los casos, lo que se justifica ante los órganos electorales. ¿Y esto quien lo financia?
Por otra parte si nos fijamos en los políticos uno por uno, entra en funcionamiento un viejo aserto: “el dinero y la belleza son difíciles de ocultar”. Sabemos lo que gana un político. Para la mayoría se les hace mucho, pero tres mil o cuatro mil euros al mes, dan para criar y dar educación a una familia de dos o tres hijos, comprarse una vivienda no demasiado grande y poco más. Desde luego no da para chalet en Las Rozas, viviendas en Pintor Rosales y en el barrio de Salamanca, palacios en zonas históricas, duplex en zonas exclusivas de veraneo, coches de alta gama, vacaciones en destinos exóticos, estudios en Estados Unidos de los niños, y mucho menos todo a la vez. Y esto lo sabe el Fiscal Anticorrupción, porque su sueldo será de este tenor, los saben los jueces, la Guardia Civil y El cuerpo General de Policía, y lo sabe cualquier ciudadano que se pare a pensar un poquito.¿Entonce de que nos quejamos? Si lo tenemos delante de los ojos y no hacemos nada para evitarlo.
Nunca fue mas apropiada la frase; “cada pueblo tiene lo que se merece” y nosotros tenemos lo que nos merecemos.
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