sábado, 12 de junio de 2010

CRISIS

Estaba decidido a no hablar de la crisis. No quería abundar en lo que se ha convertido en una especie de deporte nacional, donde todo se justifica y todos nos justificamos haciendo referencia a los efectos de tan desagradable señora. Es como si se hubiera acostado con todos y cada uno de nosotros, para contagiarnos sus venéreas consecuencias.
Lo primero que habría que decir es que cada uno se acuesta con quien quiere o le dejan, y esa señora abrió la cama para todos aquellos ingenuos que pensaban que había llegado la hora de hacerse ricos sin dar un palo al agua. Se trataba de comprarse un pisito, con el dinero que te prestaban los bancos, en el convencimiento que el año siguiente valdría el doble, ¡y ya éramos ricos!
Pero el problema no es que se lo creyeran los ciudadanos de a pié, es que se lo creyeron la panda de incultos que gobiernan las grandes corporaciones, que al parecer no tenían ni idea de casos que se estudian en cualquier Universidad: Los tulipanes en Holanda, la Compañía de la Indias Orientales, las Puntocom, más recientes, son ejemplos históricos de lo que pasa cuando se paga por una cosa más de lo que razonablemente vale. La cosa está clara hemos estado pagando dinero por humo, el dinero se lo llevaron los listos y a nosotros no nos ha quedado ni la carbonilla.
El otro día hablaba en su consulta con mi urólogo – la cosa va de venéreas- al que conozco desde hace muchos años cuando militábamos en el mismo partido, y me trasladó su inquietud sobre la situación económica. Coincidimos que por primera vez, después de haber vivido varias crisis, en ninguna ocasión, como ocurre con la actual, habíamos visto tan de cerca el precipicio. Nunca hasta ahora habíamos tenido miedo. Él quería ver una explicación en nuestra edad, pero yo le dije que en esta crisis se daban circunstancias que la hacían más grave.
A la crisis económica y financiera propiamente dicha, que es de alcance global, en España se le unen elementos sustanciales que la agravan sobremanera: un gobierno inane, con un presiente que se creyó que los “pájaros maman” y que la solución vendría del dogmatismo, entre decimonónico y parvulario, que le embarga. En estos casos, solo no hacer nada, es casi peor que hacerlo mal. Y aquí hemos estado perdiendo meses, si no años esperando que los demás nos sacaran las “castañas del fuego”.
Pero además y a mi juicio es lo más grave, en España todo esto ha coincidido con el fin de una época, la del “gratis total”. Simplemente, lo que agrava nuestra situación es que no nos podemos permitir la España que tenemos. No hay riqueza en el país para financiar le derroche del Estado.
Unos ejemplos serían buenos:
Hace quince años, en el Ayuntamiento de Toledo, el equipo de gobierno tenía menos liberados y menos recursos que ahora tiene el de la oposición, y al decir menos quiero decir muchos menos. No es que quiera criticar a los compañeros de esa corporación, solo quiero poner un ejemplo de lo que ha aumentado el costos del sistema; que se reproduce en diputaciones, parlamentos regionales, además de empresas públicas, consorcios, fundaciones y otros entes cuyo fin es liberar el gasto del, siempre engorroso, control público, y de paso colocar a unos cuantos amigos.
Este estado de cosas ha traído como consecuencia, no solo unos mayores gastos en el funcionamiento de los grupos políticos y los partidos que los sustentan, si no la dependencia económica de los que nos representan, del aparato del partido. Donde la prioridad no es la ideología el interés común, si no la permanencia Este circulo vicioso se realimenta a sí mismo generando a su vez más y más aparato y más y más gasto. Sería escandaloso si salieran a la luz pública lo que algunos políticos se gastan, simplemente, en “hostelería”.
No podemos pagar una Sanidad que atiende, al máximo que da la ciencia, a cualquier persona que se presente a la puerta de un centro público, sin más explicaciones.
No podemos regalar tantas cosas a gente que puede pagarlas: libros de texto, portátiles en las escuelas, campamentos de verano, viajes, etc. Y estamos hablando de cosas necesarias e importantes. Si pasamos al capítulo de “festejos”, el escándalo es mayúsculo, para qué entrar en detalles.
Pero el gasto más importante y el que más daño hace al buen funcionamiento del país es el que se emplea en lo que podríamos llamar “la compra del voto”. En este apartado se encuentra el verdadero cáncer de España, aquí no se vota al que mejor administra, o al que mejor emplea nuestros recursos, si no al que más “nos da”, haciendo bueno aquel dicho de que “el que regla bien vende si el que recibe lo entiende”. En España hemos optado por engañarnos pensando que las mal llamadas ayudas subvenciones que se reparten a diestro y siniestro, pero con mucha intención política, vienen del cielo y no de nuestros bolsillos. Es un dinero improductivo que solo sirve para mantener una estructura caciquil, del que viven los listos y listas de pueblo, que han hecho del proselitismo del jefe su modo de vida, y que mantienen a la Sociedad, a la que pretenden representar, adocenada e insensible a las injusticias, a la falta de libertad y a los abusos de los poderosos. ¿Cuánto nos cuentan los voceros del poder? Sería un buen título para un Best Seller
Todo esto se sustenta con otro capítulo extremadamente costoso, por lo que nos cuesta económicamente y por lo que entorpece el normal funcionamiento del país: me estoy refiriendo a la legión de funcionarios que copan la Administración, sin que el principio de publicidad, mérito y capacidad, asomase por la oposición que les dio entrada en el limbo de los justos.
Son demasiadas cosas las que confluyen en esta España, que además de postrada por estas cuestiones que termino de relatar, está perdiendo el rumbo como proyecto en común. Quizá tenga que ocurrir así, para que esta Vieja Nación sea capaz de ver lo que hemos perdido y renazca con nuevos bríos.
¡Cuánto echo de menos la foto de las Azores!