Durante mucho tiempo he tratado de encontrar la razón última de la indulgencia con la que los electores tratan a los gobernantes socialistas y, por el contrario, el rigor que aplican a los populares. Solo he sido capaz, a pesar del esfuerzo, de encontrar explicaciones parciales a lo que es todo un fenómeno de masas: pasar del no a la guerra, al si a la guerra, comparar los inciertos trajes de Camps con los ERES más que ciertos de Andalucía, defender a Garzón que le metió mano a Botín, o a Bono con un patrimonio inexplicable, solo se puede hacer sin miedo al sonrojo, o a que te saquen los colores, desde la izquierda.
Una de esas explicaciones tiene que ver con el concepto de partido que tiene el PSOE: una empresa de intereses en la que se gratifica a todo aquel que ayude a conseguir el poder, sea o no del partido. A diferencia del PP en el que el partido, más que empresa, es una especie de franquicia donde el capricho del franquiciado, sea cual fuere su nivel, es determinante a la hora de administrar ese poder. Es lógico por tanto que la gente que se acerca, aunque sea temporal o accidentalmente, a la política dé más credibilidad a un partido que, como corporación, se ocupa de aquellos que colaboran, a otro en el que dependes de la voluntad de un individuo y solo mientras el personaje esté en activo. Por resumir, las apuestas por la izquierda tienen más posibilidades de traer beneficios al apostante, que si lo hace por la derecha. Parto de la base que las apuestas ideológicas pasaron a la historia, hace aproximadamente una decena de años.
Hay por tanto razones subjetivas, egoístas si se quiere, pero en todo caso razones de calado, que hacen a la izquierda más atractiva que a la derecha.
Otra razón es la desvergüenza del discurso y la falta de pudor a la hora de defenderlo, La izquierda se pasa el día buscando discursos, huecos si se quiere, pero que defendidos con pasión y desparpajo, llegan a mucha gente. Yo se que muchos españoles, con criterio, tiene el mismo concepto de las Pajines y Bibianas, que puedan tener de la Carmele o de la madre de la Andreíta, pero conviene no olvidar que la telebasura es líder de audiencia en nuestro país. Solo así se pueden explicar los desmanes legislativos sistemáticamente orientados al control y el recorte de libertades individuales que estamos padeciendo. Por no entrar en los desmanes gramaticales, que han hecho del participio activo, ese oscuro objeto de deseo de estas señoras. Pero, ¿sabrán estas lo que es el participio activo?
Por el contrario la derecha española no solo se acompleja en la defensa de principios que son universales y de recibo en todo el mundo civilizado, si no que, para colmo, busca en la izquierda el certificado de veracidad de su propio discurso, lo que es en sus propios términos una contradicción. Contradicción que debilita, empobrece y resta credibilidad a cualquier cosa que se diga.
Pero la clave una vez más nos la da Ortega, ya he comentado en artículos anteriores que le andaba releyendo, cuando dice que “la opinión pública es poder”. Efectivamente, el problema planteado al principio solo se puede explicar globalmente desde esa óptica.
La opinión pública está colonizada por los postulados, incluso ocurrencias, de la izquierda. Son postulados facilones, poco comprometidos, estéticos, con buen rollo, a pesar de que a penas que rasques la purpurina que los cubre, solo aparecerá el cartón piedra de la inmensa tramoya intelectual que los embarga. Pero la gente los asume porque no comprometen y en todo caso siempre puedes decir una cosa y hacer la contraria. Por esa razón la izquierda puede cambiar de criterio sin sonrojo, ni erosión política, porque entre sus postulados siempre está el relativismo moral. Relativismo moral del que la sociedad en la que vivimos está empapada.
Pero no solo se trata de que esos postulados sean fácilmente asumibles por lo hueros de contenido que están, es que si hace falta la izquierda los impone con el totalitarismo que caracteriza a estos señores. También lo dice Ortega, a veces la opinión hay que imponerla, de esa manera además de conseguir tu objetivo dejas claro que estás dispuesto a ejercer el poder hasta sus últimas consecuencias. Quizá de esa manera se explique las razones por las cuales decenas de entidades de crédito han perdonado a los partidos de izquierdas y nacionalistas créditos milmillonarios, que sin embargo no tenían empacho en negar a la derecha. Ver estos días las puertas de los bares llenos de clientes fumando, mientras el interior está vacío, o el bajón de multas que se ha producido a pesar de la reducción del límite de velocidad, es un claro ejemplo de ejercicio totalitario del poder, no tanto por la medida en sí, si no por su asunción por parte de los ciudadanos dispuestos, no solo, a claudicar ante las nuevas medidas, si no a esmerarse en su estricto cumplimiento.
Frente a lo que se configura como una sólida estrategia de poder, la derecha poseedora de principios y valores de contenido, respetuosos y profundos, no está dispuesta a dar la batalla de la opinión pública, que de antemano da por perdida. La imagen de una chica rezando en la capilla de la Complutense mientras los ninfas de la izquierda se desnudaban ante el altar, o Zarrias diciendo en Telemadrid que en Andalucía el PP no ganará nunca por que los andaluces conocen muy bien a la derecha, son claros ejemplos de su desvergüenza. ¿Se atreverían esas náyades en siquiera acercarse sin velo a una mezquita?, claro que no. No por el miedo a las represalias, si no por que saben que esa “opinión pública” no la controlan, y los que la detentan están dispuestos a luchar por ella. Por eso la respetan. ¿Y que derecha no quieren los andaluces? ¿acaso el socialista de Andalucía no se a convertido en el mas genuino representante del decimonónico señorito andaluz. ¿quien mejor que ellos representan a semejante arquetipo?. Pero insisto, por más que falsos, ellos defienden con vehemencia sus postulados.
Por el contrario hace unos días oímos decir a Rejoy, que después de ganar las elecciones solo tendríamos un año: “después tendremos a la izquierda en la calle”. Toda una confesión de la debilidad, de quien se siente incapaz de dar la batalla por la opinión pública.
Solo en la medida en que el PP sea capaz, desde el poder, en desenmascarar, denunciar, y llevar a los tribunales de justicia a tanto golfo que hoy pasa por progresista de pro, será capaz de ganar la batalla de la opinión pública. Solo de esa manera los gobiernos de la derecha serán algo más que “flores de una legislatura” que solo vienen bien para poner orden en la casa en ruinas.